Patricio Segura Ortiz, Periodista. psegura@gmail.com
De tiempo en tiempo, se ponen de moda conceptos. En muchos casos, fruto de reflexiones profundas que intentan hacerse cargo de nuevas realidades o dar cuenta, mediante frescos enfoques, de situaciones permanentes.
Ahí estuvo la figura del emprendedor, que en Chile ganó fuerza en los noventa, de la mano del país neoliberal que instalaron a sangre y fuego los Chicago Boys de Pinochet, y que consolidó la tecnocracia economicista de la Concertación. Aquella persona que, como el Faúndez del celular y el ascensor, era capaz de dejar atrás su rol asalariado para incursionar en la actividad privada. Noción con bastante carga ideológica, al estar asociada esencialmente a la actividad económica individual. Prima hermana de otra con el mismo ideario, esta vez desde el ascenso social: la meritocracia.
¿Dónde lo colectivo, buscar la felicidad individual personal -otro cliché individualista- aportando a que en esa búsqueda otros y otras también lo sean, incluida la naturaleza y los que aún no están?
Personas que transforman la realidad hay muchas. Desde el hacer: las mujeres que organizaron ollas comunes en dictadura cuando el hambre golpeaba fuerte. Desde el reflexionar: Adam Smith y Karl Marx, que con sus ideas cambiaron siglos de historia de la humanidad. Ellos hoy no serían emprendedores, a pesar que las suyas fueron empresas que demandaron esfuerzo, creatividad, tesón… no dieron empleo, no aportaron al PIB. Directamente, porque sabemos que no sólo de empresas trata el desarrollo y la evolución humana.
Hoy, de moda está la economía circular. Todo es circular: consultoras, mineras, forestales, la industria del salmón.
¿Y a qué apunta este neologismo? Dicho en simple, a despercudirse de la linealidad tradicional productiva: extraer, transformar, desechar, reincorporando los residuos al sistema. Para ello se recicla, repara, reutiliza y se adscribe a toda la lista de "R" que la creatividad humana ha podido formular: rediseñar, renovar, recuperar, rechazar, reducir, repensar, entre otras.
Uno de los principales ejes de la economía circular es el reciclaje que permite, mediante nuevos procesos productivos, transformar en nuevos productos lo que de otra forma terminaría en un vertedero. Uno de sus puntales es la separación de residuos, cada día más común.
Esta acción claramente ha tenido efectos positivos en la presión sobre la naturaleza. Pero es preciso problematizarla. Escrutarla para comprender la integralidad de sus impactos.
Uno de ellos, la generación de empleo y movimiento económico. Este sector, que ya lo es, aporta unos 17 mil puestos de trabajo directo en Chile, según datos de la Asociación Nacional de la Industria del Reciclaje. Y mueve unas 100 mil toneladas de materialidad promedio al 2025.
Pero hay otras aristas, principalmente en el contexto de los grandes procesos industriales. Que son los que más impacto tienen. Porque lo pequeño, lo local, sigue siendo hermoso.
Lo primero, el tecno optimismo. La confianza ciega en que no debemos modificar profundamente nuestra conducta, que en el concierto global ha sido parte del problema, porque un tercero (la tecnología, otros) se hará cargo de los inconvenientes que genera. "Alguien" hará desaparecer mi basura por arte de magia, entonces, ¿para qué cambiar?. Sigamos avanzando en minería, total, transformaremos los relaves en pavimento, en salmonicultura porque haremos lentes con los residuos plásticos, en plantaciones de pino porque extraeremos combustible orgánico de los residuos.
También ha fomentado el greenwashing. Se publicitan acciones de reciclaje con mínimo impacto en la mitigación del problema, pero nos hacen creer que el sector, industria o empresa está aportando al cuidado del planeta.
Pero hay aspectos intrínsecos al formato.
En algunos casos, el consumo energético en la transformación es altísimo. Pero como el incentivo sigue siendo económico (ingresos por mayor comercialización de productos "verdes"), no se discute el efecto positivo real del proceso.
Y qué decir del transporte en distribución. Como el etiquetado de productos "huella cero" para exportación masiva, lo que conlleva, por una parte, masificación de la producción (ordeñando naturaleza y comunidades, como si de una vaca lechera se tratara) y, por la otra, emisión de gases de efecto invernadero en el transporte. Los lotes de "mermelada huella cero" del campo chileno que se comercializan en China como producto boutique, difícilmente serán sustentables (otra palabra que ha ido vaciándose de contenido).
El objetivo de estos apuntes no es, aunque lo parezca, torpedear el genuino interés en cuidar los ecosistemas y el planeta a través de acciones que hagan sentido. Es, discernir sobre el énfasis de nuestras acciones para la transformación estructural. Sólo si creemos que el modelo de habitar y producir es el problema, claro está.
La economía circular tiene otras aristas positivas que han emergido en su conceptualización. Lo mencionado acá sólo apunta a la idea de mantener productos y materiales en uso, eliminando residuos y contaminación.
Pero hay otras "R" cada día más visibles. Regenerar y recuperar sistemas naturales, siempre y cuando sus ciclos sean trazables y, también, honestos. ¿Reforestar en Patagonia con el apoyo de empresas responsables de la debacle del bosque nativo en el sur de Chile? ¿Cuidar el agua del sur apropiándose y contaminando la del norte?
Y están las "R" más revolucionarias: reducir el consumo, rechazar productos. No porque sean defectuosos, sino porque así se ejerce menor presión sobre la naturaleza, dado que el bien menos contaminante es el que no se necesita. Algo así como el nega-producto (o los "nega-goods", si se quiere).
Eso sí, nunca se coarte en consumir conocimiento. Es uno de los bienes más fructíferos para encontrar salidas a los actuales dilemas de la humanidad.

















