*Algunas identidades han sido cambiadas para proteger a los protagonistas.
"¡Al próximo que se ría, lo levanto a patadas en la raja!". Era la voz tempranamente ronca de uno de los gemelos Garay. Eran igualitos los Garay. Igual de tontorrones para los 14 o 15 años que habrán tenido cuando yo contaba quizás la mitad. Eran los 80.
Pertenecer a la banda del liceo, que no era una banda de rock, sino una de guerra, que se llamaba así no porque fuera a ir a una guerra sino porque sonaba más de hombres, más marcial. Pertenecer a esa banda era todo un salto inmediato a la hombría, aunque tocaras el pito o el triángulo, cual sería mi labor el tiempo que permanecí entre esos gritos y maltratos. Fueron dos o tres años de una violencia inusitada. No solo nos levantaban a patadas en la raja. También nos humillaban permanentemente y nos trataban de una forma que hoy me causa profunda repulsión. Buscaban hombres y apenas éramos unos niños. Pensaba en eso cuando llegaba a mi casa esas noches nortinas, sobándome el poto, tras haber recibido una buena zurra con el combo del bombo mayor, porque "¡se mueve uno y pagan todos!", gritaban furiosos los Tachuelas, que les decían así porque calzaban como 45. Otro motivo para temer sus patadas que, dicho está, podían levantarte del suelo. Esto ocurría en Arica, en el colegio Junior College. Eran los 80.
40 años después, a menos de 90 kilómetros de allí, cerca del poblado de Putre, a manos de otros desalmados que también gustan de jugar a la guerra en tiempos de paz, fallecía el soldado Franco Vargas, tras sentirse mal durante una marcha. Así, de modo trágico, terminaba su servicio militar. Para varios cabezas de metralla, no fue lo suficientemente hombrecito. Incluso, una mujer, de alma tonta y amigaza del excandidato Kast, dijo que esos soldados no servían para ninguna guerra. Y es una ironía estúpida, pues a pesar de que las escuelas matrices educan para la guerra, deberían hacerlo para la paz. Yo no quiero que ningún compatriota sirva para la guerra. Son los años 20 del siglo XXI.
"Ellos deciden con qué ropa van", respondió el Ejército de Chile, tras el trágico desenlace que culminó con otros 45 soldados hospitalizados, algunos en estado grave, conmocionados, autolesionados en la desesperación de tener que obedecer imbecilidades; y con la salida voluntaria de otros 114 conscriptos de la Brigada Motorizada 24 Huamachuco. No fueron suficientemente hombrecitos. Ninguno de ellos.
Estos ultrones de derecha "milicolovers" deben haber dicho lo mismo de los 45 soldados que murieron en Antuco, hace casi 20 años, tras obedecer las órdenes del mayor Patricio Cereceda, condenado a 5 años y 1 día por cuasidelito de homicidio e incumplimiento de deberes militares. Cereceda, no obstante, sigue dictando charlas, contratado por el mismo Ejército. Para eso sí es buen hombrecito.
Los 45 de Antuco, 44 soldados y un suboficial, fueron cayendo sobre la nieve de la alta montaña y dejaron al descubierto el maltrato institucionalizado que sufren quienes pasan por el escritorio de los oficiales. Abusadores. Educados para el abuso contra los pobres, porque el servicio militar obligatorio o voluntario es para los pobres, porque precisamente algunos de ellos ven una posibilidad de rasguñar un poco de dignidad. Pero la oficialidad suele barrer el piso con ellos y usarlos para las más variadas labores, a veces en casas de los propios oficiales. Pero cuando llegan los superiores de esos oficiales, tiemblan y obedecen. Esa verticalidad ciega permitió que criminales llegaran a la Comandancia en Jefe. De hecho, después del tirano Pinochet (y junto con él) todos fueron procesados por delitos horrorosos. ¡Todos!
Para encontrar casos de abusos hacia los soldados chilenos no hay que ir muy lejos ni en el tiempo ni en el espacio. Hace cuatro años, una denuncia remeció nuestra ciudad de Coyhaique, cuando supimos que la IV División del Ejército dio de baja a un funcionario por los malos tratos propinados a un conscripto. Su padre declaraba entonces en El Desconcierto: «Me están entregando otro hijo distinto al que yo les entregué, un joven alegre, que quería pertenecer a la institución». Quizás no fue tan hombrecito.
"Maltratos y torturas en un riguroso entrenamiento del Ejército chileno dejaron un conscripto muerto y otros 45 hospitalizados", titula Infobae de Argentina. Ya no son los 80, es hoy, 40 años después de esa lejana banda de guerra, cuyos acordes me suenan a desgracia y fatalidad, mientras adivino la difusa y siniestra imagen de cómo esos otros abusadores nos levantan del suelo a patadas, al más mínimo error.