Imagine que es martes. Usted está en una mañana tranquila, como cualquier día normal día de trabajo, cuando de pronto suena su teléfono. Están llamando del colegio de su hijo. Suena una voz preocupada, inquieta, y le piden que por favor vaya lo antes posible.
Usted llega al colegio a los 15 minutos y un par de profesores lo encierran en una oficina y le explican que su hijo ha dibujado figuras extrañas, armas de fuego y mensajes siniestros, amenazantes para la comunidad escolar.
¿Qué haría usted?
Ocurrió en Estados Unidos; y la madre y el padre del niño le dijeron a la directora del colegio que ese era un asunto escolar, que el colegio tenía que resolverlo y que ellos estaban muy ocupados y que debían volver a trabajar. Y así lo hicieron.
La siguiente noticia que tuvieron de su hijo de 15 años, pone al joven Ethan Crumbley como protagonista de una masacre en la que percutó 30 tiros contra sus compañeros y compañeras. Asesinó a cuatro.
Según el muchacho, sus padres nunca escucharon sus gritos de auxilio. "No tengo ayuda para mis problemas mentales y eso me está llevando a que tirotee la escuela", había escrito en su diario.
La justicia determinó que los padres de Ethan, Jennifer y James, son los primeros culpables por homicidio involuntario por un tiroteo masivo en un recinto educacional estadounidense. Fueron condenados a 10 años de cárcel por facilitarle un arma de fuego y persuadir al niño para que practicara tiro con la familia y afinara así su puntería.
Pero el centro de la condena, a mi juicio, está dado por la negligencia de no atender las alertas del adolescente, por no hacerse parte, por no asistir al niño, analizar sus dolencias y estar conscientes y atentos a su desarrollo afectivo. 10 años de cárcel por ausencia. Por desoír al joven, por no pescarlo.
¿Ustedes están siempre conscientes de lo que hacen o no hacen sus hijos e hijas en sus escuelas? ¿Si sufren o cometen bulliyng? ¿Si sienten desprecio o amor por sus compañeros y compañeras? ¿Si se sienten solos, tristes, faltos de cariño? ¿Conversan con ellos sobre algo más profundo que un meme? Quiero pensar que la mayoría sí, pero sé que no es así. Que eso sucede cada vez menos.
Cuando escribo esto, sentado en un peldaño de concreto coyhaiquino, pasa a mi lado, trastabillando, un niño. No debe tener más de 14 años, la mirada perdida, el pelo enmarañado y una sonrisa torcidamente triste. En su mano sostiene un envase de gas butano que se puede conseguir en el comercio formal por dos lucas. Cada tanto, acerca el envase a su boca, hunde la válvula entre sus dientes y aspira profundo para borrar un poco de ese día, tan parecido a los otros. ¿Habrá algún adulto a quién le importe?, me pregunto.
De nuevo es la salud mental lo que más nos aflige como sociedad y estamos lejos, lejísimos, de resolverlo. Máxime cuando es en los propios hogares donde campean las ausencias y las violencias. Entre unas y otras, se siguen criando otros Ethan, vacíos, llenos de desamor, que solo están pidiendo -con desesperada urgencia- un poco de atención y cariño, antes de disparar.