Se acercan las elecciones de gobernadores, COREs, alcaldes y concejales. En este contexto, escucharemos continuamente que los candidatos buscan promover el "desarrollo" del territorio que desean representar. Ahora, notaremos que, aunque el fin sea el mismo, cada uno de ellos ofrecerá distintas alternativas para lograrlo, en algunos casos totalmente contrapuestas. Esto, porque el término "desarrollo" se puede prestar para un sinnúmero de interpretaciones que dependen de visiones ideológicas, como también del contexto en el que son generadas. Entonces, la pregunta de rigor es: ¿de qué hablamos cuando hablamos de desarrollo?
Una forma útil de abordar esta pregunta es de forma ingenieril, es decir, partiendo desde la definición de cuál es la variable que buscamos maximizar dentro de una sociedad. Dicho de otra manera, debemos identificar cuál es el principio o valor que nos gustaría que esté más presente en nuestra vida en comunidad. Se pueden listar varios de ellos, frente a los que difícilmente alguien puede oponerse, como la libertad, la igualdad, el bienestar y la felicidad, por nombrar algunos. Sin embargo, aquí se pone interesante el asunto, porque en la práctica estos valores no se correlacionan linealmente y, a veces, se oponen.
El caso ejemplar es la relación entre libertad e igualdad. Por un lado, tenemos experiencias relativamente recientes de sociedades que, al intentar instaurar una igualdad absoluta entre sus habitantes, terminan coartando la autonomía de los mismos y minando la capacidad de crecimiento de los países. Por el otro, amplios grados de libertad, en particular en términos económicos, generan desigualdades de ingresos y concentración de la riqueza que afecta no solo en el acceso a servicios básicos, sino también en ámbitos cruciales para una civilización sana, como la igualdad ante la ley o el acceso al poder político, algo que se ve claramente en grandes economías abiertas como Estados Unidos.
A su vez, cada vez tenemos más información respecto a que el bienestar de las personas no está directamente relacionado con indicadores "materialistas" como los ingresos. Una de las medidas tradicionales para estimar la satisfacción con la vida es el PIB per cápita, la cual se ha mostrado útil en algunas evaluaciones. No obstante, los principales estudios orientados a identificar cuáles son los factores que componen una "buena vida" indican que el principal determinante es la cantidad, calidad y diversidad de las relaciones sociales que tenga una persona. De hecho, si comparamos el ranking de los países con mayor PIB per cápita con el índice de calidad de vida elaborado por la ONU, se desprende con claridad que mayores ingresos no implican que la población sea más feliz.
Estas contradicciones respecto a lo que entendemos por desarrollo se hacen más patentes si evaluamos el caso chileno. Por ejemplo, Chile tiene un mayor ingreso per cápita y una democracia significativamente más libre que países latinoamericanos como México y El Salvador. Sin embargo, estas dos naciones, según el indicador de calidad de vida mencionado anteriormente, son más felices que Chile. Es decir, somos más ricos y libres que los mexicanos y los salvadoreños, pero, aun así, nos sentimos más infelices. ¿Cómo se explica esto?
El motivo de esta columna es simplemente dar cuenta de que la pregunta "¿qué es el desarrollo?" no tiene una respuesta única, sino que admite visiones contradictorias y puede ir mutando en el tiempo. Nuestra propuesta para el lector es que se involucre en esta compleja interrogante que ha sido parte medular de nuestra historia como humanidad y que, volviendo al inicio de este texto, esta reflexión le sea útil para evaluar las propuestas de los distintos candidatos cuando hablen de desarrollo.