La política, esa que ayuda a los pueblos a construir sociedades más humanas pero que vemos diariamente denostada por los nostálgicos del autoritarismo, por medios de comunicación que la tratan como un elemento mas de la farándula y desprestigiada por quienes la utilizan para sus propios y mezquinos intereses, esa política, que debiera escribirse siempre con mayúsculas, ha perdido recientemente a un gran representante, a un gran servidor público, pero por sobre todo a un buen ciudadano que desde su compromiso social y solidario hizo una contribución excepcional a la política, a la región y al país.
Conocí a Ariel cuando era un niño. El, en ese entonces, un joven y lúcido dirigente socialista, líder del Centro de Alumnos de la Escuela Agrícola y referente para quienes dábamos nuestros primeros pasos en las luchas político-sociales. Luego lo perdí de vista por varios años, justo en los años más vertiginosos de nuestras vidas cuando se fue a Concepción para continuar estudios superiores. Durante todo ese período sólo tuve esporádicas noticias de su vida y los escasos reencuentros que tuvimos se dieron cuando regresaba de vacaciones a Coyhaique y se daba el tiempo para asistir a nuestros encuentros partidarios a explicarnos lo que ocurría en el centro del país, los desafíos a los que se enfrentaba el Gobierno de Salvador Allende y la o las posiciones del PS en ese contexto. Eran encuentros marcados por las disputas tendenciales, donde se analizaban y discutían las diversas posiciones del Partido, temas que encendían el debate y crispaban el ambiente y al que Ariel aportaba con argumentos, con información, con serenidad, pero también con resolución, cuando las discusiones subían de tono, golpeaba la mesa y llamaba al orden a los asistentes.
Después del Golpe de Estado, a mediados del año 1974 nos volvimos a reencontrar cuando él regresó a Coyhaique luego de vivir espantosas y dramáticas experiencias de detenciones arbitrarias, cárcel y permanencia en campos de concentración en la Octava Región (Isla Quiriquina) y yo intentaba también recuperarme de las atrocidades sufridas durante mi permanencia como prisionero político ( tenía 15 años de edad ) en el Gimnasio del Regimiento 14 Aysén, donde permanecí junto con mi hermano y mi padre, acusados de ocultar armas, intentar sacar al aire una radio clandestina, organizar grupos para repeler el Golpe y ser los cerebros del Plan Z en la Región, Plan, que como todos sabemos nunca existió.
Y nuestro reencuentro, a mediados del 74, estuvo marcado por nuestra nueva realidad: Habíamos sido derrotados, habíamos sufrido en carne propia esa derrota y pagado un alto precio por ser partidarios de un gobierno legítimo que el pueblo eligió. Pero estábamos vivos, habíamos tenido muchísima mejor suerte que muchos de los nuestros y por tanto lo que quedaba era aprender a lamerse las heridas e intentar recomponerse como personas, sobrevivir y esperar mejores condiciones para reiniciar la gran tarea que se venía por delante: La recuperación de la Democracia, que nunca presagiamos sería tan larga, llena de obstáculos, represión y nuevos dolores.
Fue en esos duros años donde consolidamos nuestra amistad y donde pude constatar no sólo su férreo compromiso por los ideales socialistas sino también por la Democracia. Valores que sólo pueden explicarse de su profundo amor por Chile y particularmente por su Región. La vida de Ariel está plagada de ejemplos y lecciones de vida y son esos ejemplos los que generan todos los elogios y los homenajes que hoy, con justeza y justicia, se están expresando transversalmente para exaltar su memoria.
Ariel fue un gran defensor de los DD.HH. pero también un demócrata comprometido y un POLITICO (lo pongo con mayúsculas) que prestigió este noble oficio hoy tan vilipendiado desde todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Hablamos de eso, de la actualidad política y de la salud de nuestra democracia en nuestro último encuentro a fines del año pasado, en ese emotivo reencuentro con sabor a despedida. Y en esa conversación percibí su gran desazón y su tremenda decepción por quienes estando en política, la denigraban y denostaban a diario contribuyendo a su desprestigio. Y compartí también su diagnóstico: Es evidente que la estatura de la política y la calidad de la Democracia son asignaturas pendientes en nuestro país, me dijo entonces.
En Chile como en el resto de los países del mundo, el surgimiento de líderes autoritarios y el creciente auge del populismo y de las fuerzas políticas de extrema derecha, que son tan contrarios a la democracia como los del otro extremo (pero estos últimos sin poder económico) tienen hoy a ésta, la llamada democracia liberal, bajo asedio permanente. Buscan su fracaso, ponen toda su energía y su empeño para denostarla y restarle valor y para demostrarle a los ciudadanos que la democracia no sirve para nada: Ni para construir sociedades mejores ni menos para solucionar los problemas de la gente. Y establecido el sofisma surgen entonces los "Salvadores de la Patria".
En Europa los Meloni, los Le Pen, los Orbán. Y dentro del vecindario los Bukele, los Bolsonaro y los Milei. Todos con similar discurso: Que la Patria se cae, que el Estado de Derecho es incapaz de solucionar los problemas que más afligen a la población, que la democracia está superada por la inmigración y la delincuencia ( que según ellos es prácticamente lo mismo ) y que las soluciones pasan por asumir costos e incluso "correr bala" como lo expresó hace poco un conocido ideólogo de la extrema derecha chilena ante el estupor del periodista que lo entrevistaba.
Contribuyen al desprestigio de la democracia y al descrédito de la política los corruptos que desde sus cuotas de poder saquean al Estado, benefician a sus amiguetes ayudándoles en la comisión de desfalcos y delitos o cobran comisiones que reciben en cajas de vino, por no citar a otros honorables que, cooptados por los grandes consorcios terminan legislando para regalarles los recursos que son de todo el país o a los que, en un claro abandono de funciones, pasan mas tiempo en un plató de televisión despachándose mentiras, que en las funciones para lo que fueron elegidos y por lo que se les paga con el dinero de todos los contribuyentes.
Los ciudadanos- convengámoslo- tienen muchas veces sobradas razones para el descontento, la indiferencia y el hartazgo. Y, en este estado de cosas el discurso de la extrema derecha - antidemocrática- encuentra tierra fértil en una ciudadanía decepcionada y mal informada que sigue esperando soluciones a sus problemas más urgentes.
Se hace urgente entonces mejorar la calidad de nuestra democracia y ello pasa también por que quienes están en política, estén a la altura de las circunstancias para defender el Estado de Derecho, propiciar y lograr acuerdos, tender puentes y volver a sintonizar con los anhelos ciudadanos. Demostrar con hechos, no sólo con palabras, que la democracia no está desbordada y que sigue siendo el mejor sistema político y de organización social que pueden otorgarse los pueblos para alcanzar mejores niveles de desarrollo. Y que el ejercicio de la política, esa que se ejerce con ética y con valores, esa que se escribe con mayúsculas, es necesaria y vital para que la ciudadanía vuelva a creer en ella.
Ese es el gran ejemplo y el legado que nos deja Ariel Elgueta: Un ciudadano comprometido, un político que lejos de la descalificación, el insulto o el estruendo pero cerca del respeto, la fraternidad y la civilizada discusión de las ideas, hizo un gran aporte al reencuentro de los chilenos en la recuperación de nuestra democracia y en los años posteriores, entregando siempre todas sus capacidades para construir un país mejor, prestigiar la política y por esa vía mejorar la calidad de nuestra democracia.