"Toda la gente lo odia", le grita un niño de unos 10 años a las cámaras de televisión, dirigiéndose al presidente Boric. Le pide que renuncie. Tiene 10 años. Y está siendo tristemente manipulado por adultos, como tantos otros infantes, vestidos o más bien disfrazados con las ideas de sus tutores.
El uso de menores de edad en favor de los mayores es un tema viejo. Desde ponerlos de excusa para evitar algún compromiso, tomarlos en brazos para la foto de campaña, hasta usarlo de escudo humano ante un bombardeo. En el intersticio está el hecho de celebrar cualquier conducta adulta, interpretada por un mocoso para gracia de otros pailones.
Escuchar a ese niño en directo, despotricando contra lo que no tiene la más mínima idea es una muestra de lo felona que puede ser la derecha al momento de sacar provechos políticos de un drama, de una tragedia, de lo que sea. Esa derecha que insiste en repetir que al presidente Boric "el pasado lo condena" por su complicidad con el estallido social de 2019. Ese pasado, dicen, lo condena. Pero el pasado en que ellos aplaudían y festejaban la matanza de la dictadura; cuando negaban a los y las desaparecidos; cuando les tiraban huesos animales a los familiares de las víctimas; o cuando sapeaban a medio Chile, condenándolo al ostracismo, la tortura o la muerte; ese pasado, según ellos, no merece condena alguna. Hay que tener la cara larga.
Se me revuelve el estómago pensando en esos adultos que le piden al imberbe que haga su gracia, que le cuente a los tíos el último chiste o que, en lo posible, con su "enorme experiencia", analice el actual momento del país y le entregue consejos al primer mandatario. Ridículo y abusivo. Ridículo porque hay cuestiones que son para niños y niñas, y otras que son exclusivamente para adultos.
Y es abusivo porque despoja de su inocencia al niño y lo pone en televisión a rostro descubierto ante una enorme audiencia. El niño es una víctima; y dice algo que en boca de un adulto sonaría todavía más estúpido. Pero como son infinitamente cobardes, es mejor utilizar a ese niño y dejarlo marcado para siempre como el títere de esa familia que se dio un gustito ante un duelo nacional.
Pero hablemos también de esa prensa que deja pasar ese despacho. De ese periodista, colega irresponsable, que entrevista a ese niño como si de una fuente primaria se tratase; de ese editor que se regocija con sus puntos de rating. Y de este medio de comunicación que, de paso, atropella los derechos de ese niño, sin que lo sepa su familia, ni el editor, ni el reportero. Y si lo saben, si saben que están actuando contra toda ética e igual lo concretan, son unos canallas de primer nivel.
Con todo esto, me acordé de otro niño que, a mi juicio, también es víctima de este mundo hiperconectado que hace lo que sea por un puñado de likes. "¡Aguante Talleres!", vocifera el pequeño hincha argentino. Agrega, voz ahogada en cuello, que "¡ellos nunca ganan y que nosotros sí ganamos, el sábado!".
Todo esto con un aire entrecortado, al borde de la asfixia, porque esos padres han estado más preocupados de transformarlo en un hincha que de alimentarlo sanamente. El niño, además de ser un temprano fanático, es una persona en grave riesgo por su notoria obesidad infantil. Pero lo que hace es chistoso, dicen, y eso parece ser lo único importante. Total, después podemos olvidarnos de ese niño para usar a otro, y otro, y otro. Años para el deleite, el abuso y el descriterio de los adultos.
Volviendo al muchachito que encaró al presidente y le exigió que renuncie, no tiene más de 3.000 días de vida. La escena es una muestra de lo poco y nada que nos importa la infancia en un Chile que se ha quedado en títulos elocuentes como Los niños primero o Mejor Niñez. Sabemos que ese niñito está diciendo una barbaridad, una caricatura diseñada por una improvisada secta de adultos que somete a la criatura a un abuso de imagen. Quizás, ojalá, ese pobre infante, ya de adulto, se dé cuenta de que ese odio que lo atraganta estuvo en su casa desde mucho antes de Boric, sentado en su mesa familiar a la hora del almuerzo, enseñando a odiar.