Está próxima a entrar en vigencia la ley de las 40 horas semanales. Este 26 de abril se reducirá la jornada de 45 a 44 horas y de forma paulatina irá bajando el número hasta llegar a las 40 el año 2028. En un lapso de 4 años habrá una reducción significativa, ya que cada día terminará la jornada 1 hora antes.
Es un avance en las condiciones laborales de las y los trabajadores chilenos, los que amparados en la Ley 21.561 que modifica el Código del Trabajo, podrán destinar más tiempo a actividades extra laborales, como el descanso, la recreación, la cultura o la vida familiar. Así, las ventajas de reducir la jornada laboral resultan obvias, como favorecer la salud y la seguridad en el lugar de trabajo, la compatibilidad con la familia, el fortalecimiento sindical, el aumento en la productividad, la optimización del tiempo, disminución de las ausencias por enfermedad, liberación de puestos de trabajo, entre otros beneficios.
Esta ley tuvo su origen en una moción de la ex diputada Camila Vallejo, de la diputada Karol Cariola, los ex diputados Sergio Aguiló, Lautaro Carmona, Hugo Gutiérrez, Daniel Núñez y Guillermo Teillier, todos del Partido Comunista a excepción de Sergio Aguiló.
Nos acercamos con esta ley a los países que hace años han reducido la jornada laboral a 40 horas o menos, como Dinamarca con 37 horas, Francia, Alemania y Suiza con 35. En Chile recién el año 1924 se reglamentó el tiempo de trabajo, estableciendo las 8 horas diarias y 48 por semana.
Antes de eso, a mediados del siglo XIX las mujeres y niños trabajaban 10 horas diarias y el resto de los trabajadores hacían de 60 a 72 horas semanales. El trabajo infantil era aceptado, no había leyes que los amparara de este abuso, además respondía a la necesidad económica de las familias y ellos (algunos con escasos 8 años) estaban incorporados en la actividad minera, carbonífera y salitrera.
Esas condiciones eran de enorme entrega del trabajador, con carácter de explotación, donde el obrero (niño, hombre o mujer) vendía su fuerza de trabajo a cambio de un salario, generando riqueza al capitalista. Bajo esas condiciones, con un modo de producción capitalista, el trabajo se convierte en un instrumento del proceso de creación de plusvalía (acumulación de capital).
En este siglo XXI vivimos y laboramos bajo un sistema neo liberal, donde la meta de los gobiernos es producir las condiciones para el crecimiento económico, de allí que el ministro más importante de todos sea el ministro de Hacienda. La consigna es la competitividad, flexibilidad, emprendimiento, crecimiento, innovación. Grandes empresas (la mayoría trans nacionales), más capital para ellas.
¿Y qué pasa con el/la trabajador? Todas las reformas a las leyes laborales, la implementación de códigos de trabajo, persiguen mejorar (no cambiar estructuralmente) las condiciones en que se desarrolla el trabajo, entregando mínimos de dignidad y justicia a las y los trabajadores.
En todo caso, siempre se celebra un paso adelante en el carácter de las relaciones laborales.
Pero se debe ir por más, sobre todo en conciencia de clase que permita eliminar la contradicción que encierra el capitalismo (o el neo liberalismo como fase superior del capitalismo), cuál es: la antítesis entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la propiedad.
Las y los trabajadores lo merecen.