Animal político

Hace un par de años, en una conversación cotidiana con alguien de mi familia, al preguntarle por quién iba a votar en las próximas elecciones, me dijo que no le interesaba la política. Cuando le insistí señalándole que era importante ejercer ese deber ciudadano, con tono de molestia, me dijo que la política no le entregaba nada.

En otra ocasión, me encontraba discutiendo con una persona sobre las posturas político partidistas, en un momento mi interlocutora se declaró férrea defensora de las ideas conservadoras capitalistas. Me detuve un momento a asimilar lo que estaba escuchando y le recordé que ella había sido beneficiaría de subsidios del Estado en varias oportunidades, por lo tanto, su postura me parecía contradictoria. Sólo agrandó los ojos y se quedó callada. 

Existe mucha confusión y desconocimiento con respecto a algunos conceptos como la política. Aunque no lo sepamos o no lo queramos, al vivir en sociedad somos animales eminentemente políticos, ya lo había dicho Aristóteles. Para Martin Seymur Lipset, incluso la democracia es una característica de la sociedad humana que es digna de ser analizada como tal.

Es importante que seamos capaces de diferenciar la idea de política como la polis o cosa pública y todo lo que nos mueve al vivir en sociedad, como nuestras decisiones, normas, derechos, deberes y limitaciones, del otro concepto de la política partidista, el de las ideologías. Pienso que el mal entendido y esa aversión que manifiestan algunos ciudadanos hacia este último concepto de la política, tiene mucho que ver con las prácticas institucionales.

Cada vez que se conoce un caso de corrupción a nivel institucional culpamos a la política y se profundiza la desconfianza. Cuando los representantes políticos se alejan de las necesidades reales de la gente, el desencanto se vuelve casi inevitable. Pero es un error suponer que la política se limita a esos representantes, o que termina en el acto de votar cada cierto tiempo. Tampoco analizamos cuántos de esos hechos también son nuestra responsabilidad como ciudadanos.

La política no es algo ajeno, externo, ni lejano, está en nuestras conversaciones, en la manera en que organizamos nuestras comunidades, en cómo educamos a nuestros hijos, en las decisiones que tomamos respecto al uso del espacio público, al medio ambiente o a los recursos comunes. Incluso cuando alguien dice "no me interesa la política", está tomando una posición política, está decidiendo desentenderse de algo que lo afecta directamente.

El problema no es la política en sí, sino cómo la hemos entendido y ejercido. Hemos caído en la trampa de asociarla sólo a la corrupción, al oportunismo o al poder mal usado, pero la política también es la herramienta que permite construir, proponer, mejorar. Es el espacio donde se negocia la vida en común, si renunciamos a ella, otros decidirán por nosotros.

No somos ajenos a lo político por más que queramos evitarlo, incluso nuestros errores, nuestras omisiones, nuestras contradicciones, son parte del ejercicio político. No se trata de ser perfectos ni de tener siempre las ideas claras, sino de hacernos cargo del lugar que ocupamos en la sociedad. Ignorar la política no nos protege, nos deja vulnerables.

Somos animales políticos no por elección, sino por naturaleza. Nuestra convivencia nos obliga a relacionarnos, a pactar, a disentir,  y a organizarnos. El desafío es volver a apropiarnos de esa política que nos pertenece a todos, y que no debería estar secuestrada por los intereses de unos pocos.