Columnista, Colaborador
En tiempos en los que la ciudadanía exige resultados concretos, claridad en el gasto público y uso responsable de los recursos, la eficiencia adquiere valor político en sí mismo.
No solo porque evita despilfarros y retrasos, sino que también porque ayuda a construir confianza. Y este es precisamente el mérito que hoy exhibe el Gobierno Regional de Aysén, que fue reconocido por el Ministerio de Hacienda y la Subdere como uno de los seis más eficientes del país en ejecución presupuestaria.
Puede sonar técnico o burocrático, pero no lo es. En regiones extremas como Aysén, una región extensa y que presenta brechas en diversos ámbitos con respecto al resto del país, cada mes perdido y cada proyecto retrasado tiene efectos directos en la calidad de vida de las personas. Que el Gobierno Regional reciba 412 millones adicionales gracias a su buena gestión, no es solo un dato administrativo: es una señal política potente de que las cosas pueden y deben hacerse bien.
Durante años, y especialmente en 2024, Aysén ocupó las últimas posiciones en materia de ejecución presupuestaria. Lo que no se gastó, se devolvió, tal como lo estipula la ley, y se convirtió en proyectos que nunca vieron la luz, en proyectos que podrían haber sido beneficiosos para Aysén.
Sumado a esto, se instaló un diagnóstico poco optimista: la región, aislada geográficamente y con poco apoyo estatal, avanza poco y nada. Sin embargo, los resultados del 2025, bajo la administración del gobernador Marcelo Santana, demuestran lo contrario.
Si, era posible salir del último lugar. Las cifras actuales muestran que cuando hay planificación, orden y voluntad de trabajar con seriedad, la Región de Aysén puede estar entre los primeros lugares y liderar.
Este reconocimiento llega en un momento relevante. El gobernador regional Marcelo Santana ha dicho fuerte y claro: es necesario descentralizar. Las regiones extremas necesitan mayor apoyo fiscal, y aquí hemos demostrado que los recursos se usan bien, que se transforman en obras, programas y mejoras palpables para las familias de Aysén.
Hoy, esos 412 millones extras no son un premio simbólico. Son caminos, agua potable rural, espacios comunitarios, apoyo productivo y soluciones que apuran problemas que llevan demasiado tiempo esperando. Son un recordatorio de que la eficiencia no es frialdad administrativa: es profundamente humana.
Por supuesto, este logro no debe volverse una excepción celebrada, sino un estándar permanente. La ejecución eficiente debe instalarse como una cultura institucional, no como un hito aislado. Y también debe ser observada críticamente por la ciudadanía: si llegan más recursos, deben llegar más resultados. La transparencia y la rendición de cuentas son la otra cara de la eficiencia.
Aysén demuestra hoy que la Patagonia no solo puede ser ejemplo en belleza natural, sino también en buena gestión pública. Que este reconocimiento no sea un punto de llegada, sino un punto de partida para una región que, cuando trabaja con foco y rigor, deja claro que merece -y sabe administrar- las oportunidades que se presentan.



















