Todos y todas quienes hemos pasado más de mil horas trabajando en un mismo sitio (unos 4 o 5 meses) hemos sido testigos de alguna conducta de acoso sexual. Según mi propia experiencia, me resulta prácticamente imposible creer que no les ha pasado.
¿Hablemos de algo incómodo? ¿Nunca tuvieron un compañero de trabajo que disfrazaba de simpatía sus manos largas y groseras? ¿Un acariciador profesional que saluda deslizando su mano por tu cintura mientras te pide un informe y sonríe lascivo? ¿Un hombre (casi siempre) que te dice hola, preciosa, manito en el cuello, caliente y desubicado? Quien no haya vivido o visto situaciones así en su vida laboral, miente.
Una vez una buena amiga me dijo "cada vez que me saluda, me abraza y me sobajea entera". Se refería a una persona que trabajaba conmigo en esos años. No le digas nada, me pidió. Y no la culpo, el sistema sigue protegiendo muchas veces al victimario.
La proxémica estudia el uso del espacio personal en relación con los otros. Ahí se incorporan conceptos como intimidación, distancia, indiferencia y respeto. Y cada persona, solo cada persona, conoce los límites de su espacio próximo. Nadie puede venir a saludarte con la manito en la cintura, acercando su sexualidad, invasivo y violento, aprovechándose de un cargo o de un momento de vulnerabilidad.
En todo esto, la influencia cultural aporta a veces su cuota de estupidez, como esa fascinación rasca por el beso festivalero. Todo por el rating y para el deleite de un monstruo masturbatorio.
Pero volvamos a los espacios laborales, donde el día a día puede prestarse muchas veces para lo que el victimario siempre llamará confusión o malentendido, pero en realidad son delitos que no se denuncian. Y no se denuncian por vergüenza y porque los ambientes no comulgan. Porque pobrecito, es tan buena persona, no se da cuenta. Y es tan buen trabajador. Lo hace de cariñoso nomás. No creo que tenga malas intenciones. Pero me incomoda, me aprieta, me apoya su cuerpo. Es buena persona.
A fines de los años 90, durante mi práctica profesional conocí a un periodista mayor extremadamente católico (no es un dato baladí) que solía saludar a las practicantes con lo que se conoce vulgarmente como un "beso cuneteado", es decir, rozando los bordes de sus bocas, mientras las presionaba contra su cuerpo: "¡Hola, mijita", con un tono tan cínicamente paternal como depravado. Comprenderán que casi 30 años atrás estas escenas de trabajo, reiteradas y abusivas, solo alcanzaban para el comidillo de estudiantes que apenas bordeábamos los 20 años.
Pero todo esto ocurría en el ocaso del siglo pasado. Lo lamentable es el perpetuo silencio décadas más tarde, la complicidad por ceguera, por costumbre, por negligencia.
Parece sintomático, pero mientras escribo esto, sentado en un restorán de la plaza de Coyhaique, diviso a vuelo de pájaro a dos hombres que hacen eco en el pasillo secreto de los abusos. Para cerrar las ironías del destino, desde otra mesa del restorán veo que saluda a medio mundo, sonriente y relajado, otro que renunció a su cargo tras ser acusado de maltrato y acoso laboral y sexual. Y, entonces, me acuerdo de mi amiga, y de tantas otras que cuentan cosas parecidas: "cada vez que me saluda, me abraza y me sobajea entera".
Importante: Si en tu trabajo eres testigo de situaciones de acoso sexual, lo primero y más importante es apoyar a la víctima sin jamás exponerla. No ignorarla, ni trivializar lo ocurrido. Consulta el protocolo de tu lugar de trabajo y exige su estricto cumplimiento. En Chile puedes denunciar confidencialmente y proteger la identidad de la víctima en el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género, en la Inspección del Trabajo y el Instituto Nacional de Derechos Humanos.