"…En tu pancita verdosa/Cuántos paisajes miré/Cuántos versos hilvané/ Mientras gozaba tu amargo/Cuántas veces te hice largo/Y vos sabías por qué?" (J. Larralde, "Mi viejo Mate Galleta", 1967)
Domingo 7:00 AM, 11 grados bajo cero en el km 4 Camino a Las Bandurrias. Ignacio, mi hijo, llama a su padre dormido (el que suscribe) pues su camioneta no parte, ¿será problema de batería? ¿cómo andamos de anticongelante?, más vale que no sea esto último.
Me visto y abrigo como puedo para hacer frente a la Odisea que viene: caminar al jeep que estacioné lejos, pasados unos calafates, prenderlo rogando que el frío no le haya afectado, descongelar vidrios y todo lo demás que figura cubierto por una gruesa capa de hielo.
A continuación, un lugar común: en verdad la capa de hielo no es tan gruesa, y -ciertamente- tampoco hace tanto frío, al menos como el que vivíamos hace décadas en este mismo lugar: "?es que nos estamos ablandando" como le dijo en el epílogo el Coronel Trautman a John Rambo, en "Rambo III, First Blood" (P. Mac Donald,1988).
Bajar al centro de Coyhaique a esta hora no es especialmente fácil. Por suerte ?y a pesar que hoy el país vive primarias- ni siquiera andaban pululando los perros que reinan en el centro de la localidad.
De vuelta, aprovecho de hacer fuego en la cocina que eligió mi madre hace unos 20 años. Mientras arden rápido las astillas de ñire que diligentemente hemos guardado para estos fines, y ya sin la posibilidad de volver a la cama con dignidad, me dispongo a poner la pava y esperar que empiece a hacer el primer ruido, en verdad una melodía antigua y familiar.
Unos minutos y listo. Mi mate del domingo es algo más grande que los que uso en la semana, tanto en Coyhaique, como en mi delicioso Puerto Ingeniero Ibáñez, donde uso uno mediano que me acompaña hace años.
La yerba que uso, es una mezcla entre una suave "Piporé" o "Unión" y otra, con hierbas medicinales, de marca "Sinceridad". La mixtura permite equilibrar el sabor de la yerba mate propiamente dicha, con la sabrosa virtud de una con yuyitos: - ¡nada mejor! ? pienso, aunque con ello rompo cierta ortodoxia matera que ronda entre mis amigos que saben de mi práctica rupturista.
Hago la montañita, que le llaman, meto la primer (a) agua y ya puedo introducir amorosamente la bombilla, que en este caso es una importante, de notable alpaca y que me acompaña desde el 2010, acaso antes.
En efecto, el tiempo le da al apero de mate lo que el tiempo les da a las cosas buenas: un lustre que embellece; el trenzado de tientos que envuelve mi mate dominguero, con los años, se ha puesto del color de los notables artilugios que hacen nuestros sogueros patagones; y la alpaca de su boca, con filigranas que asemejan un críptico mensaje en escritura cuneiforme, ha envejecido bien, con una palidez brillante, que me parece atractiva.
De hecho, cuando me toca cebar mate para terceros, es decir para mis poquísimos amigos, inflo el pecho exhibiendo todo el equipo, que incluye un termo de los antiguos, es decir con botellón de cristal. Nada de metal, excepto cuando hay que viajar o salir a la pesca. Obviamente que los contertulios que se precien de educados, se sorprenderán de semejante equipamiento, y será el primer tema de conversación.
Aquel elixir, en medio de temperaturas bajo cero, es como un "shot" de energía y ánimo extra. Esa primera espuma que corona el mate bien cebado es la victoria de quien, el día de hoy, está a medio vestir y a medio vivir el presente domingo.
Sorbo a sorbo, mi mente va centrándose en algunas ideas, pocas por suerte. Y también divaga, marcha lejos en una geografía improbable que es posible solo en la imaginación, de caminos borrados y puentes viejos, de mateadas sin ausencias y cálidas escarchas de antaño.