"Sobre la montaña florida
Sueltan los caballos
En el cielo otoñal" (Natsume Soseki)
Irán bombardea a Israel, Israel bombardea a Irán; todo subirá de precio. Eso hoy no nos importa.
Mi casa duerme aún.
El vapor de una mañana de domingo de abril nos dice que en la noche escarchó y que aparentemente este invierno va a ser como nos lo adelantaban los viejos: helado y seco, aunque las copiosas lluvias de la semana pasada parecieran decir lo contrario. Mis perros, ajenos a fríos y lluvias, sobre una alfombra naranja, juegan con un pedazo de rama que dejó caer un ñire, también naranja. Camino a las Bandurrias no se oye ruido alguno, todo duerme, excepto mis cuidadores y amigos, que ladran para hacerse presentes.
El mate, que de a poco se va metiendo en mi entendimiento, me despabila y saca de los ojos ese peso que hace que sea difícil incluso pestañear, ¿Qué haríamos sin el mate a estas horas, una madrugada yerma?
Con esto en mente, entiendo qué era lo que miraba por la ventana mi madre, la que mateaba solitaria muy temprano. Si cierro los ojos, puedo ver que tras esa ventana había un paisaje de naranja y amarillo, como hoy. Y como hoy, un silencio de ausencias.
Y recuerdo sin querer, justo a esta hora, muy despierto y expectante, cosas que creí olvidar. El tráfago del día no tiene piedad, ni siquiera de nuestras posesiones más caras.
Crecí pensando hasta los 8 años o algo más, que mis vecinos de calle Monreal, casi al llegar a Freire, eran los más afortunados del Barrio Seco. Ellos eran dueños de algo que me parecía en aquella época digno de potentados: un pequeño charco o pantano en su patio, el que estaba habitado por ranitas; jamás ví una hasta que llegué a esa casa.
Además se congelaba en invierno y podías patinar, yo era el de los cabezazos contra el suelo, el de las rodillas y codos pelados. Esos amigos además hacían los mejores trineos, aquello se deslizaban suaves, rápidos y elegantes, con la "técnica" de la manguera clavada en los patines del móvil.
Estos vecinos eran los únicos de mi banda de amigos que habían visto y cazado murciélagos, cosa que a ellos los revestía de un halo de autoridad en diversas materias propias de esa niñez semi rural.
A estos amigos no los he vuelto a ver, solo recuerdo sus sonrisas y lo que acabo de contar.
Y llegan a mi mente, como relámpagos, imágenes de mi barrio, mis vecinos, la calle de tierra y sus pozas interesantes, mis botas de goma, la parka azul del colegio pero que utilizaba para todo lo demás. Recuerdo la lluvia, el viento, los días nublados, las hojas cayendo y todo aquello que nos hacía felices. Cosas que hoy me retrotraen a otro mundo.