De lluvias, reventones de neumáticos y todo aquello que ocurrió con ocasión de estos eventos (crónicas fronterizas)

Viernes 11 de julio. Lluvia. Esta no es una denuncia, es un puño alzado hacia el universo, una voz que clama ?bajo el agua- a diferencia del Bautista, que evacuaba sus diatribas y prédicas bajo el sol de Galilea.
Estaba con visita de mi sobrina en casa y había que terminar de aperar el hogar de todo lo necesario. Así que la dejé con su tata y salí unos "minutos" a comprar a ese supermercado que tiene por estacionamiento una red intrincada de pilotes que lo sostienen a modo de palafito. Siempre temí chocar con alguno, dada la envergadura de mi nave que con dificultad tomaba las curvas. Pero lo que me aconteció no lo esperaba.
En efecto, terminadas las compras y en la retirada, asomando por la curva de la salida, el jeep pasa por encima de la base de un pilote, que es un cajón de cemento con tuercas corto-punzante, que provoca la estrepitosa rajadura de mi neumático. Horror. Saqué como pude el móvil de esa trampa mortal, para solo detenerme en la vereda que además era más pareja, como para cambiar el neumático.
Y la lluvia a las 18:15 hrs. aumentaba en relación directamente proporcional a la "furibundia" que se apoderaba de mí. No me creerás lector que, al introducir el fierro para bajar el neumático de repuesto, este cede y se separa quedando la pieza atascada dentro del mecanismo. Espanto.
Llamados telefónicos a mis parientes, y nadie con posibilidades de socorrerme. Mi hijo no podía, porque andaba no sé dónde, obvio que debo haberle dicho algo de lo que me arrepentí luego; telefoneo al mecánico, al que dejé de hablar y quité el saludo hace un año por las razones que él sabe: -el orgullo no es práctico bajo esta lluvia-, pensé, mientras me salía buzón de voz (¡!). Llamo a mi cuñado, este no entendía nada, pero trataría de resolverlo: ante la certeza de que eso no pasaría, lo mandé a acompañar a mi sobrina y padre.
Luego, a una vecina que me ve lamentablemente tendido en la vereda, le comento mis desgracias. Esta dice solícita: -veré si tengo un neumático de la medida, o el fierro para intentar bajar el neumático-… nunca más supe de ella.
Me doy cuenta que el hule que puse para tenderme en el suelo lo había instalado justo sobre una poza, por tanto, yo estaba completamente embarrado y seguramente con la adrenalina no me percaté.
Después de una hora, los sentimientos eran variados, del espanto pasé a la ira, de la ira a la resignación, y de nuevo al espanto al recordar mi reunión de las 20:00 hrs. por Zoom - ¿y si pido un taxi y dejo el jeep acá? ? me respondo que no, no me gusta la idea.
Pronto recuerdo que un amigo que trabaja en Aysén a esa hora debería venir entrando a Coyhaique, junto a su hermana que lo visita, lo llamo y este me dice que, en efecto, -por casualidad venía- y tiene aquel bendito fierro y sus neumáticos son del tamaño de los míos: al parecer estoy salvado. Llega y logramos bajar el neumático, pero, al momento de acomodar mi gata me doy cuenta de lo insuficiente que se muestra ella para estos efectos (me pregunto cómo lo hice hasta esta fecha, ya que no es mi primer cambio de neumáticos).
Él, muy práctico, deja las merecidas recriminaciones para que yo me las haga en el fuero interno, y va en busca de su gata.
Me deja con la hermana, colega de un juzgado del norte, y nos metemos al jeep ante la imposibilidad de hacer algo más útil y para guarecernos de la lluvia que a esa hora caía casi con odio. Ignoro qué le causaba tanta gracia, decide tomarme una foto y se la envía a otra colega de más al norte, esta responde "mira el estado de la judicatura local", ciertamente, no era mi mejor pinta. Más encima me dice con desparpajo, mientras se come las papas fritas de mi pedido: -no te había visto bien, pero con esa barba te ves viejiiiito-. Creo que con eso se terminó de eclipsar una noche que mejoraba.
Vuelve el tipo con un aparato enorme, que me recordó a Marco Polo y su catapulta. "Gata caimán" le llaman ?quiero una, pienso- y en un dos por tres teníamos el vehículo con su neumático.
Ella me dice que haga el reclamo y prepare eventuales acciones por Ley del Consumidor. Pongo los ojos blancos de hastío y me largo, dando las correspondientes gracias.
Es difícil sacar conclusiones más allá del hecho anecdótico que he relatado. Sin embargo, cuando llegué a mi casa estaba mi hijo Ignacio con mi cuñado, padre y mi sobrina, viendo televisión algunos, pintando ella. Era como si no hubiese pasado nada, porque en rigor nada había pasado, además del mal rato y mi manera inveterada de exagerar las cosas.
Y reflexiono sobre el hecho que, probablemente, era mejor dejar que las cosas sigan su curso tranquilamente, relajarse sin sufrir tanto, sin proyectarse en eventuales tragedias, sin tratar de resolverlo todo; porque los problemas siempre se solucionan, las cosas se ordenan de una manera que, por suerte, aún se nos presenta bajo el velo misterioso de las probabilidades y el acaso. Hay tanto que aprender.