El canto que no queremos


En los estadios de fútbol de Chile se ha instalado una costumbre que nos degrada como país. Los cánticos racistas, xenófobos u homofóbicos se han vuelto parte del paisaje sonoro de cada partido. "Porompompón… el que no salta es argentino m.." se repite con distintos gentilicios, como si insultar fuera una forma legítima de alentar. Lo que muchos consideran una broma o una tradición de barra, es en realidad una expresión de violencia simbólica que hoy tiene consecuencias concretas: sanciones económicas, pérdida de aforo y una reputación internacional que se deteriora cada vez más.
Chile ha sido reiteradamente castigado por la Conmebol y la FIFA por estos comportamientos. Tras el último duelo de la selección adulta con Argentina, la federación recibió una multa de más de cien mil francos suizos y la reducción del 50 % del público para el siguiente partido de clasificatorias.
Somos una de las selecciones más sancionadas de Sudamérica por actos discriminatorios de los hinchas. Sin embargo, lo más preocupante es que el fenómeno no se detiene: incluso en el Mundial Sub-20 que hoy se desarrolla en nuestro país ?en partidos donde ni siquiera juega la selección chilena? se han escuchado nuevamente estos gritos y otras expresiones masivas que demuestran nuestra escasa cultura deportiva y una preocupante falta de educación cívica.
Lo que ocurre en los estadios no es un hecho aislado: refleja quiénes somos fuera de ellos. Cuando niños y adolescentes observan a miles de adultos insultando, burlándose o denigrando a otros pueblos, aprenden que la violencia puede disfrazarse de pasión y que el respeto no es un valor esencial del deporte. Como formador de futuros profesores de Educación Física, me duele constatar que la cancha -que debería ser un espacio para aprender convivencia, empatía y trabajo en equipo- se convierta en un escenario donde se enseña intolerancia.
Por eso, el desafío no se resuelve solo con sanciones. Se resuelve con educación. Con conversaciones honestas en los hogares, en las escuelas, en las universidades.
Debemos hablar con nuestros hijos, nuestros estudiantes y nuestras familias sobre lo que se grita y lo que eso significa. El deporte tiene un poder educativo inmenso, pero solo si lo usamos para formar personas íntegras, no hinchas ciegos.
A pocos días de la final del Mundial Sub-20, hago un llamado claro: no gritemos contra los argentinos, ni contra nadie. Alentar no significa ofender. Que esta final entre Argentina y Marruecos sea una oportunidad para mostrar que podemos ser apasionados sin ser violentos. Si de verdad amamos el deporte, demostremos que en Chile también sabemos aceptar la victoria y la derrota con respeto, "la obtenga quien la obtenga".