Editorial, Redacción En diciembre de 1938, Chile enfrentaba un escenario de profunda precariedad, derivado del impacto de la Gran Depresión y una crisis social manifestada en graves problemas de higiene y falta de recursos básicos. Bajo la administración de Pedro Aguirre Cerda y la consigna de "Pan, techo y abrigo", se buscó transformar la realidad de los sectores más golpeados. En este contexto, la figura de la Primera Dama, Juana Aguirre Luco, emergió para dar un giro institucional a la asistencia social, inaugurando una gestión pública con un enfoque humano y organizado.
La iniciativa de la "Navidad de los niños pobres" no fue meramente un acto de beneficencia privada, sino un proyecto que integró la fuerza del Estado con la colaboración de diversos actores de la sociedad civil. Este esfuerzo cobró especial relevancia ante las alarmantes cifras de mortalidad infantil de la época, que superaban las 250 muertes por cada 1.000 nacidos vivos; existía la convicción de que era imperativo otorgar bienestar a quienes llevarían las riendas del país en el futuro.
Lo más significativo para nuestra región de Aysén, históricamente marcada por el aislamiento y la necesidad de cohesión, es la transversalidad con la que se operó. La campaña logró reunir aportes de empresarios, gremios, instituciones deportivas como Colo Colo y organizaciones activas como el Movimiento Pro Emancipación de las Mujeres de Chile (MEMCH), cuyas células regionales fueron fundamentales para que la ayuda llegara a los rincones más alejados del territorio. La coordinación a través de escuelas locales permitió que miles de niños recibieran el apoyo de un comité que trabajaba con sentido de urgencia.
Este modelo de gestión no fue efímero. Su éxito permitió que en 1944 se creara oficialmente un Comité Nacional de Navidad, el cual funcionó hasta 1973, sentando las bases para una visión moderna de las necesidades sociales enfocada en la infancia.
La historia de esta iniciativa nos recuerda que, en territorios como el nuestro, la colaboración entre el sector público y la ciudadanía es el motor más eficaz para enfrentar las carencias. La Navidad de 1938 no solo entregó obsequios; validó la idea de que la protección de la infancia es una responsabilidad nacional ineludible que debe trascender cualquier diferencia política.



















