Patricio Segura Ortiz, Periodista. psegura@gmail.com
En las elecciones del 19 de diciembre de 2021, donde Gabriel Boric se impuso a José Antonio Kast, el número de votantes llegó a 8.364.500. Cuatro años después, quienes concurrieron a votar superaron los 13,4 millones. Un salto de más de un 60 %. O, dicho en números, cinco millones de personas que se sumaron al proceso político institucional y que fueron clave para el resultado del domingo.
El caso de Aysén no fue muy distinto. En 2021 participaron poco más de 45 mil electores, mientras que en 2025 éstos llegaron a 72.935. Un 57 % de aumento.
Fue ésta la mayor alza entre elecciones presidenciales.
Se trata de personas que, en su mayoría y si no fuera por la obligatoriedad del voto, muy probablemente no se habrían movilizado este fin de semana. Así da cuenta la serie histórica de abstención durante los procesos con multa: Aylwin 5 %; Frei 6 %; Lagos 7 %; Bachelet 7 % y Piñera 8 %. Con participación voluntaria, la inasistencia ha sido de un 58 % con Bachelet, un 51 % con Piñera y un 45 % con Boric. El domingo fue de un 15 % con Kast. Así las cosas, la sanción ha sido definitoria en la concurrencia.
Las explicaciones sobre el resultado están a la orden del día.
Desde quienes las emprenden contra los votantes de Kast hasta quienes responsabilizan al presente gobierno por su poco vínculo con los sectores que le dieron el voto en 2021, pasando por los problemas económicos postpandemia, la performance de la primera convención constitucional, el reinado de las nuevas tecnologías y su facilidad para diseminar fake news, así como un sistema mediático y empresarial a favor de las ideas del candidato republicano. Todo esto desde la vereda del votante de Jeannette Jara.
Desde el frente la explicación ha sido la violencia y los impactos del estallido, un gobierno poco efectivo y preocupado más por los símbolos que por la acción concreta para mejorar las condiciones de vida materiales de la población. Esto, además de una ideología de izquierda -representada en la militancia comunista de la candidata oficialista- que habría sido, esperan, definitivamente derrotada.
Es posible que en lo que una parte de perdedores y vencedores coincida es en que cierta centroizquierda abrazó en los últimos años banderas más allá de lo distributivo. Dicho en simple: lo indígena, lo ambiental y lo feminista (y diversidades). Es lo que dicen, por ejemplo, desde la ex Concertación.
En el encuadre discursivo de la meritocracia y el individuo como principal constructor de su destino, darían lo mismo las condiciones que históricamente han incidido en que ciertos sectores puedan o no mejorar sus condiciones materiales, además de las sociales y culturales. Los 500 años de colonialismo, el patriarcado inmemorial y la apropiación de la naturaleza en su función productiva por intereses económicos no tendrían relación alguna con los niveles de inequidad existente. Son consignas identitarias, señalan. Cantos de sirena que embriagaron al progresismo durante el estallido, con su momento cúlmine en la elección de la convención en 2021. Y de ahí, la debacle electoral.
Cada uno tendrá sus interpretaciones.
Lo real es que cierta ciudadanía, electoralmente mayoritaria hoy, no está convencida de que sus problemas estén ligados a estos planteamientos. Pero existimos otros que seguimos creyendo que sí. Que los problemas en salud, educación incluso seguridad, se sustentan también en la inequidad.
Cada cierto tiempo preguntan si quienes son derrotados en elecciones aceptarán la decisión mayoritaria. La respuesta siempre requiere enmarcar la consulta.
Si se refiere a la legalidad, la respuesta es afirmativa. Si se aboca a la legitimidad, también. Uno puede debatir los motivos estructurales que hacen que la gente vote como vote, pero lo cierto es que José Antonio Kast ganó en un proceso normado sin atisbo alguno de fraude o inconsistencias procedimentales.
Ahora, eso no significa que -a partir del resultado- cambiaremos de opinión quienes en muchos ámbitos tenemos visiones distintas de sociedad con respecto al Presidente electo, y que también queremos lo mejor para el país. La política es debate de ideas y visiones, lo cual por antonomasia involucra contraste.
Sí, la noche del domingo fue una derrota. Electoral. Y, quizás, también cultural. Ese es el marco actual. Pero eso no cambia la validez de las ideas. Los plebiscitos, si éste lo fuera, no hacen que lo que se cree es lo mejor pase automáticamente a ser una equivocación porque una mayoría así lo piensa. Así lo creyeron, por ejemplo, quienes el 25 de octubre de 2020 fueron parte del 22 % del Rechazo que quería mantener la actual Constitución. Y que perdieron estrepitosamente.
Hoy existe una clara mayoría electoral, hay que decir, pero no una unanimidad. Hubo más de 5 millones de chilenos y chilenas que votaron por la coalición liderada por una candidata comunista. Y eso, a pesar de lo que se diga, es un número de personas bastante importante. Portadores de demandas y anhelos que siguen -y seguirán- presentes en este nuevo ciclo institucional.
Y es a este sistema pendular al que al parecer nos tendremos que acostumbrar, bipolaridad que ya vivió Chile con el primer Presidente socialista electo democráticamente y, tras el golpe, la instauración -a sangre y fuego- del modelo neoliberal. Una realidad que requiere sentar las bases de una institucionalidad que permita alternancia, pero que no transforme en una montaña rusa cada elección presidencial.

















