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Opinión

Esos niños coyhaiquinos de entonces

Jorge L. Torres Infante, Investigador en Historia
Columnista, Colaborador

Sor Teófila

Deleite y libertad, el credo sencillo

de la Infancia …

W. Wordsworth, Oda: indicios de inmortalidad ? 

 

En 1968 mi madre decidió que debía entrar al Colegio "Mater Dei", para que hiciera el primero básico. Era un establecimiento mixto, regentado por las monjitas de la congregación Siervas de María Dolorosa y, estaba a una distancia de media hora caminando desde nuestra casa, trayecto que se debía hacer necesariamente a pie, pues en esos lejanos años no había locomoción colectiva o una micro que trasladara a quienes vivíamos en la población Víctor Domingo Silva hacia el centro de Coyhaique, o a cualquier otro sector de la urbe. Mas, caminar al colegio no era un problema, sino una experiencia diaria, sobre todo cuando nevaba, había escarcha, llovía o el fuerte viento nos impedía avanzar.

El Colegio "Mater Dei" fue para este niño de entonces todo lo que podía ser de maravilloso y único, para alguien que, tenía una gran curiosidad e imaginación y que por todo se asombraba, pero que sólo resultaba ser un alumno del montón, en cuanto a calificaciones. Por ello, el esfuerzo que hacían las reverendas madres al educarnos no siempre tuvo la respuesta esperada en mi caso y me hizo acreedor de más de algún coscacho, asunto que nunca significó algún menoscabo psicológico, ya que, mi madre en casa decía que, bien merecido me lo tenía, por no atender en clases y pasármela imaginando mundos que no existían o que eran simples fantasías. En esos tiempos, la palabra de una madre era ley. 

Con todo, de las monjitas que nos hicieron clases, entre primer y sexto año básico, la preferida de todos en el curso fue, sin duda, Sor Teófila. De rostro bermejo, en la medianía de su vida, cuando nos correspondió estar bajo su magisterio, y, de una alegría a toda prueba, era quien más atraía a los niños, probablemente por su aspecto bonachón y maternal. En ella vi la entrega al prójimo, la preocupación desinteresada por los niños y un profundo amor a todo lo que fuera infancia. Si soy sincero, en mis recuerdos de esa remota infancia, Sor Teófila ha sido la viva imagen de la bondad en persona, un modelo a quien se debía intentar imitar. 

   "? ¿Están solos? ?", nos preguntaba desde el umbral de la puerta de nuestra sala, asomando nada más que su rostro, con una sonrisa de pícara complicidad, anuncio de algo hermoso por venir. 

"? Sí, Sor ? respondía el curso, y, para mí esa contestación significaba el ingreso a un mundo maravilloso, que únicamente Sor Teófila podía proporcionar, pues, de inmediato venía lo que, seguramente, todos esperábamos:

"? ¿Quieren escuchar un cuento?, ¿Desean que les cuente algo bonito? ?, es decir, la promesa de la belleza inefable, para los niños que éramos."

Por supuesto, el sí brotaba de nuestras gargantas con un convencimiento absoluto, de momento que sabíamos de sobra cuán bellas eran las narraciones de la bondadosa monjita. Durante una hora al menos, perderíamos la noción del tiempo y estaríamos pendiente de cada una de sus palabras; de cómo se detenía, para describirnos a un personaje; o, de la manera en que cambiaría la voz, cuando tenía que representar a un protagonista malo; y, de su forma de entregarnos el final de lo relatado. En otras palabras, alguien que nos extasiaba con sus relatos, y que podía mantenernos atentos a lo que decía, durante todo el tiempo de su relato. Su narración, por lo general, versaba sobre príncipes, reinas, hadas madrinas, princesas, heroínas desamparadas, héroes que en todo momento hacían el bien, animales que actuaban como humanos, etc., habitantes de un lugar indeterminado, si bien muy hermoso, en donde la generosidad, la bondad, la rectitud y la integridad de gran parte de los protagonistas se imponía. Para el caso, seguramente a Sor Teófila se le ocurría introducir uno o varios elementos discordantes en ese mundo ideal, de modo que pudiera tener la posibilidad de ofrecernos un cuento, una hermosa narración.

De esa manera, ella podía llevarnos a lugares fantásticos y fabulosos, en los cuales permanecíamos durante el tiempo que duraba lo que contaba. En el silencio de esas mañanas de narración de un cuento, únicamente se escuchaba su voz, la cual siempre me pareció melodiosa y prístina. Por mí ojalá nunca hubiera terminado el cuento, narrado por Sor Teófila, en cada ocasión. Eso era la vida para un niño de la Patagonia de ese lejano entonces.

Hoy Sor Teófila es un hermoso recuerdo en la memoria de este agradecido niño de esos años. Seguramente, ella podría haber dicho, al partir en el "último viaje", lo que escribió A. Machado en su "Retrato": 

                                           "Y cuando llegue el día del último viaje, 

                                          y esté al partir nave que nunca ha de tornar, 

                                          me encontraréis a bordo ligera de equipaje,

                                          casi desnuda como los hijos de la mar."    

Se fue "ligera de equipaje" de este mundo, más, llevándose el amor de toda una generación de niños que disfrutó de ella en el Colegio Mater Dei.      

    

         

   

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