Jessica Igor Chacano, Periodista
Quizás algunos recuerdan Un cuento de Navidad, de Dickens, y a su miserable protagonista, Ebenezer Scrooge. Un personaje ficticio, pero con características y valores tan reales y que, lamentablemente, encontramos a cada momento en nuestra sociedad, que a veces cuesta diferenciarlos.
A lo largo de mi vida he conocido "negreros", algunos más simpáticos que otros casi graciosos, disfrazados de buena onda, otros no tanto, y tampoco se tomaban la molestia. Pero todos siempre con el mismo objetivo en común, exprimir al que trabaja para ellos y dar lo menos posible a cambio. Si pueden dar nada, mejor, y lo hacen con tal calma que sólo se explica cuando alguien ya perdió todos los escrúpulos.
Chile, pese a su crecimiento y sus cifras que a veces presumen estabilidad, sigue siendo un país donde la protección laboral es frágil. El trabajo a honorarios se volvió la forma elegante de precarizar. Por otro lado, la llegada de miles de migrantes sólo dejó más expuesta una verdad incómoda, y es que hay gente que ve la necesidad ajena como una oportunidad de negocio.
Para muchos extranjeros, Chile fue la promesa, el famoso "sueño chileno", esa versión criolla del "sueño americano" -la del país del norte- que siempre luce mejor desde afuera. Pero detrás de esa ilusión aparecieron otros personajes, los que ven a un migrante o a un chileno en desgracia como una presa fácil. Les gusta llamar "oferta laboral" a lo que en realidad es explotación. Saben que quien llega con lo justo, o quien perdió su estabilidad, no está en condiciones de negociar nada.
Actualmente, muchas personas toman la decisión de salir de sus países, ya sea por razones políticas, sociales o económicas, o todas las anteriores. Pero también sucede con los propios nacionales que caen en desgracia y quedan en la más absoluta indefensión. Es en ese momento donde aparecen los "buitres", con el perdón de aquellas incomprendidas aves que son tan importantes en la cadena trófica de nuestro ecosistema, para ver qué pueden aprovechar de ese ser que no se ha degradado totalmente, pero que aún puede servir.
Estos carroñeros sin plumas, siempre traen la misma cantinela excelsa de "oportunidad", "crecimiento", "flexibilidad", etc. Palabras con un sentido claramente vacío de contenido, y muy coucheadas en todos los holding que se auto perciben como "exitosos". Todo para disfrazar su fórmula básica de, tú das todo, y ellos, casi nada, como en la sociedad del chancho y la gallina; donde la gallina pone los huevos y al chancho le toca poner el tocino, bastante desigual ¿no?
Estos personajes aparecen con tentadoras promesas de trabajo, que para un migrante o para alguien que tenga pocas herramientas para investigar cuál es la legislación o normativa vigente en materia laboral, será una presa fácil. Más todavía si el pensamiento se les nubla con las preocupaciones o el fulgor resplandeciente de las promesas laborales, que aparecen tan deslumbrantes, que no les permiten ver al verdadero demonio que se esconde en la oscuridad.
Lo más grave es que esto no es nuevo, estos personajes vienen circulando desde que existe el concepto de jefe. Dickens los caricaturizó en el siglo XIX. Saint-Exupéry también los mostró en El Principito, con ese hombre obsesionado por contar estrellas que no le sirven de nada, porque nunca aprendió a ser decente. Mucho acumular, mucho anotar, pero al final de su vida no tenía ni una buena acción que mostrar.
El patrón se repite, valgan ambas acepciones. Hoy vemos gente que usa la misma lógica y creen que tratar mal al que trabaja para ellos es parte del juego, porque la urgencia del otro justifica el abuso. Que pagar tarde, pagar poco o simplemente no pagar es parte de la "viveza", y lo peor es que se sienten cómodos con eso.
Pero la explotación laboral no aparece de la nada, avanza cuando todos miran hacia otro lado, sobre todo quienes pueden hacer algo, el Estado a través de sus legisladores, por ejemplo. Cuando normalizamos contratos que no son contratos, jornadas que no son jornadas, y sueldos que apenas alcanzan para sobrevivir, y cuando alguien dice, "es lo que hay".
Esta Navidad sería un buen momento para dejar de romantizar el cuento -también valga en todas sus acepciones- de Dickens, porque Scrooge sólo cambia después de ser enfrentado a sus miserias. Ojalá no necesitemos fantasmas para hacer lo mismo como sociedad, porque tenemos Scrooges vivos, muy reales, caminando entre nosotros… pero con mejor ropa.
Tampoco se trata de pedir milagros, sólo se trata de no aceptar prácticas que ya sabemos que están mal, de dejar de premiar y aplaudir como focas a quienes lucran con la vulnerabilidad ajena. Porque hoy estamos aquí, pero mañana no sabemos. Dejar de asumir que sin condiciones mínimas -mínimas- no hay dignidad posible.
Así que, por si a alguien le sirve la advertencia que aparece en la letra de una reconocida canción chilena que dice: "ponga atención, mi compadre, que vienen nuevos negreros", que le sirva para reflexionar. Y no vienen con cadenas; vienen con contratos truchos, promesas vacías y esa sonrisa de quien cree que nadie lo está mirando.
Pero lo estamos mirando, y ya no alcanza con hacerse el tonto.
















