Prácticamente toda persona que llega a habitar la región de Aysén recibe una serie de recomendaciones, consejos y advertencias sobre la vida en la Patagonia. Una de esas advertencias es que el Volcán Hudson hace erupción cada 20 años y que es tremendamente puntual para cumplir con esa cita.
Si bien la erupción de 1991 marcó una terrible tragedia para parte importante de la población regional y quedó como un registro imborrable para las generaciones más recientes, la generación anterior ya tenía los recuerdos de la erupción de 1971, la que dio inicio a este principio legal de que el Hudson entra en actividad volcánica cada 20 años.
Según la información aportada por un grupo de geólogos e investigadores científicos agrupados en sitio web Volcanología Chile, en la Patagonia Argentina, los registros de cenizas permitieron identificar al menos tres grandes erupciones Plinianas (caracterizadas por la expulsión de cenizas, gas y otros materiales) del volcán Hudson hace 2,0, 4,8 y 6,6 – 6,9 mil años atrás.
Las investigaciones han permitido obtener registros de al menos 12 erupciones explosivas de los últimos 12.000 años (dos de ellas en tiempos históricos incluyendo la de 1991. Prueba de estas erupciones son el hallazgo de distintos depósitos de cenizas recopilados tanto en tierra como en el mar.
De acuerdo a estas investigaciones y a los archivos históricos, la erupción de 1971 fue precedida por un lahar (deslizamiento de material sedimentario desde la ladera del volcán) en mayo de 1970. "En Agosto de 1971 se inició una erupción subpliniana con una columna de 12 km de altura, cuya ceniza se dispersó por la Patagonia Argentina hasta la costa atlántica, mientras que los lahares causaron la muerte de 5 personas (Tobar, 1972; Fuenzalida, 1976; Cevo, 1978; González-Ferrán, 1995). El fenómeno fue seguido por explosiones rítmicas de magma y agua en el cráter durante Septiembre de 1971, y finalmente en 1973 un nuevo lahar habría afectado al río Huemules (González-Ferrán, 1995). La erupción mayor ocurrida en agosto de 1971, generó un depósito que actualmente posee 8,5 cm de espesor en la localidad de Portezuelo Cajón Cofré, a 40 km del volcán (Cook, 1965)", menciona el artículo La erupción del volcán Hudson en 1991 (Chile), de Jorge E. Romero Moyano.
Este fenómeno es el que describe Óscar Aleuy Rojas, en la sección "Las Huellas que nos alcanzan" de Diario El Divisadero, en un artículo publicado el 26 de agosto de 2008.
Cuando el Hudson despertó en agosto de 1971
Había que estar allí sintiendo el olor a azufre, las tormentas eléctricas a plena luz del día, las violentas eyecciones de elementos piroclásticos, el calor sofocante provocado por la falta de respiración, las avalanchas de lodo y las muertes ocurridas a pocos kilómetros donde se alzaba monstruoso y ominoso el hongo de humo de 12 kilómetrtos de altura.
En realidad, me contaron después que hay dos cerros Hudson, según la carta preliminar de 1962 del IGM. Uno llamado Cerro Hudson propiamente tal, y otro Hudson a algunos minutos de latitud hacia el sur que algunos estudiosos de la época convinieron en bautizarlo como Hudson Norte que es el que estaba en erupción en esa época y que habría estado dormido durante unos doscientos años.
Según un informe desarrollado por la entonces ayudante de Geografía Gioconda de la Peña y Pedro Riffo Arteaga de la Universidad de Chile sede Temuco, los conductos y fisuras persistentes del Hudson Norte que se encontraban expuestos a la fuerte compresión provocada por los materiales fluidos a unos sesenta kilómetros de la superficie, fue lo que provocó la erupción de material sólido que se derramó en un área suficientemente extensa como para ser capaz de formar un hongo de 14 kilómetros de alto, recibiendo extraordinarias cantidades de cenizas (Puerto Ingeniero) Ibáñez, Balmaceda, Villa (Cerro) Castillo, Puerto Aysén y Coyhaique en un radio de 30 kilómetros.
Quien participó trasladando al grupo fue el piloto Luis Acevedo Marín, quien piloteaba con mucha dificultad su avión, acercándose 2 kilómetros más al volcán que el avión de la comitiva ministerial.
Mientras tanto, ya se había producido un aluvión en el valle Huemules que obstaculizó la desembocadura del río e hizo prácticamente imposible el avance de las lanchas que corrían al rescate de damnificados. Hubo, en consecuencia, algunas muertes por inmersión y se dio una situación trágica imposible de evitar. Junto con crecer aluviones en varias partes de los lugares señalados, se mostró otra realidad, que el alto del hongo era de 14 kilómetros pero también era considerable el ancho, 800 metros. A ello se unieron variadas tempestades eléctricas que aumentaban los estruendos y las luminosidades incrementando el pavor entre los pobladores. Los rayos de 6 kilómetros de largo de las tempestades se producían a plena luz de día y, sin embargo, se percibían con una nitidez increíble.
La primera manifestación real de la erupción, según Lucio Cadagán, comenzó el 12 de agosto a las 6 de la tarde cerca de su predio en medio de una gran luminaria, repitiéndose a las 8 de la noche con inusitada violencia. El creyó sentir dos fenómenos: un especie de viento de ciclón que pasaba por todas partes y un ruido aterrador como si algo se deslizara cerro abajo. Unas horas más tarde la masa eruptiva enfrentó y levantó casas y construcciones destruyendo todo a su paso y dando muerte a unas 500 cabezas de ganado. Fue en ese momento que desaparecieron cinco personas y doña Edelmira Barría perdió a dos hijitas y dos vecinos, navegando sobre la materia candente de ramajes, ceniza y barrial que avanzaba como un río. Sus esfuerzos para tratar de salvar a sus seres amados, resultaron completamente estériles.
Posteriormente de pasado el fenómeno se evaluaron los daños en la agricultura y ganadería, y ya en esa época se comprobó que en el plazo de un año los elementos del suelo se verían enriquecidos, algo que luego pasó a transformarse en una constante durante la segunda erupción.
En cuanto a la ganadería la situación resultó aberrante porque después del primer ganado perdido por muerte causada por el avance del aluvión, se produjo una mortandad de unas diez mil cabezas más que perecieron por intoxicaciones diversas, indigestión o inanición.
Una provincia como ésta, eminentemente ganadera, fue víctima de un atentado natural gravísimo y de un exterminio terrible que llevó finalmente a tomar conciencia que la situación física de Aysén siempre le mantendrá en un constante peligro latente al cual tendrá que enfrentar echando mano a todo lo que pueda. Ya siguen sucediendo nuevos fenómenos. El de Chaitén constituye el más patético de los casos porque no se le puede poner freno tan fácilmente.