Callar es ser cómplice

¿Cómo es que un grupo de funcionarios del Hospital Base de Osorno termina torturando a un compañero de trabajo? ¿Es que nadie sabía lo que ahí estaba pasando? ¿Cómo es que las instalaciones de un sanatorio llegan a usarse como mazmorras clandestinas durante un tiempo suficiente para dañar de por vida a otro ser humano?
Y, nuevamente, ¿cómo es que nadie en todo ese hospital no sabía nada? Justamente porque no es así. Muchos lo supieron y callaron, fueron cómplices de esta humillación y maltrato horrendos. Y cuando lo supieron, adivinen qué; claro que sí, más sumarios interminables, atorados por el poder de turno, atochando carpetas de esos y otros vejámenes, de esos y otros abusos, que se suceden en oficinas públicas en todo el país. Y también en Aysén, gobierno tras gobierno.
Entre las torturas se cuentan desnudamiento, inmovilización, golpes, quemaduras con vapor, mordazas, simulaciones sexuales, ataduras y un violento corte de pelo al rape, todo totalmente contra su voluntad. Las torturas duraron meses y como buenos personajes siniestros lo dejaron registrado para prolongar su sádico placer y compartirlo con otros que a la postre se convirtieron en cómplices.
Igual que los curitas pederastas, estos torturadores fueron solo reasignados a otras labores, como sanción al cerrar los sumarios. Pero la justicia hoy mantiene a 2 en prisión preventiva y a otros 2 bajo arresto domiciliario, tras contar con pruebas bastante explícitas. Es decir, están encerrados porque el tribunal ha determinar que son un peligro. Los dos que quedaron afortunadamente presos eran, al momento de los hechos, el jefe y el subjefe del área de Desarrollo de Unidad de Informática del Hospital Base de Osorno. Con esos líderes más bien se parecía a un hospital "pasta base".
Hoy la víctima vive en Canadá, país en que se radicó tras las torturas sufridas en su lugar de trabajo y el cierre del sumario sin culpables, según el hospital, "ante la imposibilidad de acreditar con absoluta certeza que los hechos denunciados constituyan maltrato laboral". O sea, el testimonio de la víctima no fue suficiente entre tanto silencio cómplice de compañeros de trabajo, de los sindicatos que todo lo saben hasta que algo no les conviene, y de quizás cuantos otros.
"Gallardo paulatinamente comenzó a extralimitarse con sus bromas y en su trato verbal hacia mí. Por ejemplo, me hostigaba usando un juguete que disparaba proyectiles con punta plástica, y en algunas ocasiones el proyectil impactó en mi ojo. También me escondía objetos de mi escritorio", contó la víctima a la fiscalía.
A los matones hay que hundirlos como sea. De lo contrario estás siendo cómplice. Lo que sí me alegra es el largo aprendizaje que podría tener este grupo de imbéciles. Pues la tortura en Chile -con el agravante de ser funcionarios públicos- contempla penas de cárcel que comienzan en 5 años y un día. Los acusados dicen que era solo un juego. A ver si convencen en estos días a sus compañeros de celda.