El sentido de comunidad antes del 8%


Recientemente, en el episodio "La Memoria" de la serie documental "Historias de Cambios" de la comunicadora Claudia Torres, recordé lo que desde un inicio me sorprendió, y encantó, al arribar a esta tierra austral. Hace ya más de tres décadas.
Por esos días, en cada rincón emergía la historia de una comunidad que se organizaba para enfrentar los desafíos comunes. Cuando el Estado era un pariente ausente. Es más, muchas veces ni siquiera lejano, sino más bien maltratador, como ha quedado consignado en los Sucesos del Lago Buenos Aires allá por 1918, conocidos hoy como la Guerra de Chile Chico.
"Se juntaron esos pobladores y dijeron 'ya, hagamos una escuela'", cuenta en la pieza audiovisual Nibaldo Calderón, originario del Lago Lapparent en la subcuenca del río Ibáñez. Fue por el año 1953 cuando las y los vecinos se organizaron, bajo el liderazgo de Honorato Chacano, donante de los terrenos donde se emplazaría la -hoy antigua- escuela de Villa Cerro Castillo. Dos años demoró su construcción, nos cuenta, elaborando en el lugar los ladrillos, la madera, todo lo necesario. Y, cuando estuvo lista, desde la propia población surgió la primera educadora.
Hoy, con mucha razón, el establecimiento es monumento histórico y alberga un museo de sitio.
Escuelas, sedes, postas, caminos, permanecen como el recuerdo material de una época en que la acción colectiva se vivía, no se ejercía por televisión. Era la supervivencia que entendía que en los extremos inviernos y aislados lugares sólo el hacer en común era fructífero.
Múltiples sectores hoy habitados se conformaron gracias a la desinteresada entrega de terrenos por parte de los pobladores. Y de sus tiempos y manos, también. Los que en muchos casos aún se mantienen anónimos, como me relataba una amiga sobre su pariente José Ramón Osses en el sector de El Claro.
Eran otras épocas. La habilidad principal de los dirigentes no era reunirse para elaborar un proyecto estatal o municipal, para así postular a un fondo. Era, esencialmente, convocarse y trabajar por lo común pero también por lo de más allá.
Son variados los factores que han impulsado el cambio. No sólo acá, en todo el país y planeta. La tecnología que se materializa en distancia física tiene la culpa, podríamos concluir, aunque en contrario también podría facilitar la organización.
Y como para el blanco y negro está la serigrafía, se comprende el fin de los concursos públicos dirigidos a las agrupaciones. Mayor transparencia e igualdad de oportunidades para el acceso a los fondos institucionales con fines de interés colectivo (en línea con la subsidiariedad del Estado, cuestionada principalmente por su foco empresarial), por el lado positivo. Acostumbramiento e inmovilización, por la otra vereda. Y qué decir de la posible intervención comunitaria, dado que como apuntara el antropólogo John Durston hace casi dos décadas en Coyhaique, "el clientelismo político amenaza la creación de capital social".
Eran tiempos sin el 8% del FNDR, que al igual que otras fuentes de financiamiento público hace un gran aporte, más aún con los énfasis que cobija, incluida la democratización territorial de los fondos. Lo necesario es que esa faceta virtuosa no nos haga perder de vista los otros impactos que tiene en nuestro sentido de comunidad.