Patricio Ramos, Ciudadano Hay momentos en que el alma, cansada del fulgor frío de las pantallas, del zumbido incesante de la máquina, busca refugio en la respiración honda de la tierra. Es un gesto antiguo: volver los ojos al bosque, al río, al silencio que no pide explicación. En esa vuelta, especialmente hoy, se juega algo más que un descanso; se juega la salvación de lo humano.
Unamuno, con su dolor de pensar, habría visto en los vientos de Aysén una pregunta eterna: ¿qué somos ante este misterio que no cabe en la técnica ni en la ciencia? Tolkien, por su parte, habría reconocido en los coigües y lengas un eco de Lothlórien, un rincón donde los árboles guardan memoria y el tiempo se pliega sobre sí mismo. Ambos, desde su fe ?una en el alma, otra en el mito?, habrían coincidido en que sólo mirando de nuevo la naturaleza se reencuentra el hombre con su ser perdido.
Azorín, imagino, habría anotado, en su cuaderno meticuloso, los matices del cielo sobre el valle de Coyhaique, las pequeñas hojas que tiemblan al atardecer, ante un sol que se despide.
Yo, en cambio, y a una distancia reverente de los maestros de la palabra, he recogido el pulso del paisaje y de los hombres y mujeres que viven al ritmo de los vientos, escribiendo con la mirada una crónica de pertenencia.
Todos, sabríamos que este paisaje no se describe: se respira, se escucha, se deja sentir lentamente.
Aquí, en la Patagonia Aysén, la naturaleza no se ofrece: se impone. El viento traspasa y conmueve como palabra antigua, la montaña permanece como una oración detenida, verde, azulada. La estepa ?ese océano ocre de silencio? enseña que la soledad no es ausencia, sino presencia desnuda. Y los ríos, que bajan aún limpios desde el hielo, traen una voz que parece decir: "Aquí nada se olvida, todo retorna."
Y así, entre la nostalgia de lo que fuimos y la esperanza de lo que aún podríamos ser, la Patagonia se alza como un espejo necesario. Frente al vértigo tecnológico, el metal, el plástico, su aún prístina inmensidad nos recuerda que la vida ?la verdadera? sigue latiendo bajo el musgo, en el rumor del agua, en el vuelo breve del chucao.
Regresar a la naturaleza no es huir del mundo moderno; es, quizás, hoy más que nunca, la única manera de permanecer en él sin perderlo ni perdernos.
Dedicada al maestro don Germán Escobar Núñez.






















