Minutos que salvan vidas


Cada quince minutos, una persona sufre un ataque cerebrovascular en Chile. Y por cada minuto que pasa sin atención, se pueden perder millones de neuronas, con consecuencias que van desde la discapacidad severa hasta la muerte.
Lo sabemos bien. Hace diez años, mi papá sufrió un ACV mientras desayunaba en un hotel de Valdivia. Gracias a la rápida reacción del personal -que llamó una ambulancia- y a la fortuna de encontrarse en una ciudad que contaba con trombólisis, un tratamiento para evitar y disminuir secuelas si se aplica a tiempo, pudo sobrevivir.
A partir de ese día aprendimos que un ACV no solo golpea a una persona, sino a todo su entorno. Dejé mi casa y mi trabajo para acompañar a mis padres en un largo proceso de rehabilitación, durante el cual descubrimos algo preocupante: no existía ningún lugar donde los pacientes ni sus familias pudieran encontrar orientación o contención. De esa ausencia nació, años después, la Fundación Punto Seguido ACV Chile.
Sabemos que reconocer los síntomas a tiempo -dificultad para hablar, pérdida de fuerza en un brazo, desviación del rostro o pérdida del equilibrio- marca la diferencia entre la vida y la muerte, entre una recuperación posible y una discapacidad permanente. Por eso nos hemos dedicado a difundir esta información y a promover la prevención a través de las charlas que realizamos en empresas.
El ACV no es un problema exclusivo de los adultos mayores. Cada vez afecta a más personas jóvenes y activas, muchas veces en plena jornada laboral. Por eso creemos que las empresas tienen un rol vital en la prevención y la educación. Son espacios donde se reúnen cientos de personas que pueden aprender, detectar y actuar. Hemos comprobado que hablar de estos temas en el trabajo salva vidas.
En cada una de las charlas, padre e hija compartimos escenario. Y en cada una comprobamos cómo los asistentes incorporan la información y se sienten llamados a actuar. Lo más emocionante ocurre cuando, tiempo después, alguien nos escribe para contarnos que, gracias a esa conversación, logró reconocer a tiempo los síntomas en un familiar o compañero de trabajo.
El dolor y la confusión que deja un ACV no distinguen entre clases sociales: aunque el acceso a la rehabilitación está garantizado, puede haber diferencias en la cantidad y continuidad de las sesiones. Por eso necesitamos una red donde Estado, sociedad civil y privados trabajen juntos para construir una sociedad más consciente y capaz de cuidarnos entre todos.
El ataque cerebrovascular es la segunda causa de muerte en Chile y la primera de discapacidad adquirida. Uno de cada tres sobrevivientes no puede volver a trabajar. Y además de las secuelas físicas y cognitivas, muchos enfrentan dificultades emocionales, espirituales, sociales, laborales y económicas.
Cada minuto cuenta. Cada gesto, cada conversación y cada acción informada puede salvar una vida y ofrecer un futuro distinto para las familias. En el mes del ACV hacemos una invitación a tomar consciencia y a cuidarnos entre todos.