Editorial, Redacción Las elecciones del domingo reconfiguraron buena parte del mapa político nacional, y queda pendiente solamente la segunda vuelta presidencial el próximo 14 de diciembre. Pero más allá del acto democrático en sí, lo que realmente quedó en evidencia es la profundidad del cansancio ciudadano frente a una política que, por años, ha prometido más de lo que ha cumplido.
Chile ingresa a un nuevo ciclo político con una ciudadanía menos paciente y más exigente. Y con razón. Los problemas estructurales que afectan a las regiones -y muy particularmente a Aysén- no admiten más dilaciones. Mientras en Santiago se discuten cifras y equilibrios partidarios, en nuestra región seguimos enfrentando las mismas brechas históricas en conectividad, acceso a servicios básicos, infraestructura, salud, educación y oportunidades de desarrollo. La inequidad territorial dejó de ser un diagnóstico: se instaló como un recordatorio permanente de la falta de voluntad política para avanzar en cambios de fondo.
Es momento de decirlo con claridad: la región de Aysén ha sido escuchada muchas veces, pero atendida muy pocas. Y esa distancia entre el discurso y la acción explica buena parte del desencanto que se percibe hoy en las calles, en las localidades apartadas y en cada conversación donde se menciona el centralismo. El Estado llega tarde, llega poco o simplemente no llega. Y los parlamentarios que ayer resultaron electos cargarán, desde el primer día, con la responsabilidad de revertir esa inercia.
Quienes asumirán en el Congreso no pueden limitarse a gestos ni a declaraciones de buena voluntad. La región necesita legisladores que presionen, incomoden, insistan y negocien sin descanso para que los temas de Aysén entren de una vez por todas en la agenda nacional. No basta con "representar": se requiere defender con convicción un territorio que ha demostrado, una y otra vez, que su desarrollo es posible cuando se le dan las herramientas.
Este territorio austral necesita un liderazgo capaz de mirar más allá de la coyuntura, que entienda que la cohesión social y la descentralización real no son consignas, sino condiciones mínimas para recuperar la confianza en las instituciones. A los nuevos congresistas, entonces, no solo cabe "dar lo mejor de sí": deben demostrar que están dispuestos a romper el círculo de la indiferencia centralista y de la mediocridad en su gestión.
Porque el desafío de este nuevo ciclo político no es menor: se trata de decidir si seguimos administrando el malestar o si, por fin, nos atrevemos a construir un Chile donde Aysén -y todas las regiones- tengan más protagonismo y atención.




















