Vintage y contradicciones (crónicas fronterizas)

La RAE, recomienda utilizar la palabra "retro" en reemplazo de "vintage". Entre nosotros, el término alude a objetos o accesorios con cierta edad, que no pueden aún catalogarse como antigüedades, y que se considera, han mejorado o se han revalorizado con el paso del tiempo.
Hoy fui con mi padre y la Fernanda a recorrer dos tiendas de antigüedades en la ciudad. En esos lugares el tiempo parece detenerse y los objetos, lejos de morir, cobran nueva vida bajo la mirada de quienes los valoramos.
En el primer local observamos en silencio: vitrinas repletas de adornos, objetos utilitarios de cocina, algo de ropa, frágiles porcelanas, cuadros y baúles que parecían guardar secretos de otros tiempos. No compramos ahí, solo pasamos a revisar si había alguna novedad, aseveración que me expone al mundo, soy un cliente frecuente.
Fue en el segundo negocio donde ocurrió una escena que me quedó grabada. El lugar estaba atendido por una mujer madura de voz clara, mirada y gestos que denotaban convicción. Ella, con entusiasmo diría yo, explicaba la procedencia de cada objeto. Había platos y vajilla inglesa cuidadosamente dispuestos ?eso es lo mío, decía yo-, copas de cristal que brillaban bajo una luz tenue de esa habitación algo lóbrega, alguna que otra herramienta de carpintería de antaño que aún conservaba la huella del trabajo manual, y que yo mismo vi de niño en el taller de mi papá. Hojeé revistas, que parecían haber detenido un tiempo que se va tiñendo de sepia en sus portadas.
Allí, mi padre se sentó en un sillón tapizado en una tela que supuse era terciopelo, lo vi muy cómodo. Mientras la mujer relataba la historia de esas piezas ?de qué casa provenían, cuántos años tenían, quién las había usado alguna vez? yo lo miraba en silencio, con sus propios casi 89 años a cuestas. Y me invadió una extraña sensación de contradicción: aquellos objetos, por el solo hecho de haber sobrevivido al tiempo, eran elevados a la categoría de reliquia; en cambio, él, que también había resistido, que también era portador de memoria -según mi lector asiduo ha de recordar en columnas pasadas-, parecía invisible en medio de tanta mercancía venerada.
Como nada es casual bajo el piélago del universo, recordé la llamada de mi amigo Sebastián de Puerto Aysén por la campaña en favor de la fundación San Vicente de Paul, que acoge en el caso de esa ciudad, a gente mayor y sola, por no decir abandonada. https://colectafundacionsanvicentedepaul.donando.cl/
Y pensé que en nuestra época los objetos antiguos reciben un reconocimiento que las personas mayores rara vez alcanzan. Se les pule, repara, se les rescata del olvido, devolviéndoles el valor. En cambio, los ancianos ?testigos vivos de la historia? no siempre son escuchados ni respetados con la misma devoción, excepto para cuando se requiere su voto, el corte de cinta o el vestirlos de criollo en fiestas costumbristas y actos políticos.
Ni hablar de las estadísticas de vulnerabilidad, crecientes de este sector etario y de la que ya hemos dado cuenta en el pasado. Ni de que pronto por ley personas de 70 o 75 años deberán jubilarse: para el Estado estas ya no le sirven a la sociedad ¿es posible jubilarse de pensar, de planificar, de hacer justicia, de generar ciencia y conocimiento?
Ver a mi padre allí, en medio de vitrinas, copas y revistas en venta, me reveló una verdad incómoda: cuidamos más un reloj que late a cuerda que un corazón que late desde hace más de siete u ocho décadas. Y, sin embargo, ninguna vitrina podría contener el valor de una vida humana como aquella. Porque no hay objeto, por hermoso que sea, que contenga tanto pasado, tanta historia y tanta dignidad como un anciano que aún camina entre nosotros.