Hola y chao

Quienes, en su infinito espíritu de servicio público, son empujados por los partidos políticos que nos gobiernan a ocupar cargos de alto rango, tienen que tener claro que, desde el momento en que aceptan (incluso desde que suenan) serán lo que hacen y dicen, pero también lo que han hecho o dicho en el pasado.
Si hay algo bueno que trajeron los ojos electrónicos por todos lados son los registros, las evidencias de quiénes somos y quiénes hemos sido. Qué dijimos y qué hemos dicho, muchas veces sin subsanar errores o daños ocasionados. Y esto no tiene que ver con mirar el pasado con ojos de hoy, sino con asumir las consecuencias no solo de haber dicho o hecho, sino de no mirarse para adentro cuando ese espíritu que exuda democracia es llamado a gobernar.
Le pasó a Sandra Maldonado, cuyas competencias no solo no alcanzamos a conocer como seremi de Energía. De breve flama, renunció un día después de asumir, mientras se disculpaba por dichos públicos en redes sociales que festinaban con un eventual homicidio del presidente Piñera. Valga decir que buena parte de la población nos movimos durante meses en ese tono agresivo y saltón, en ese Chile belicoso y clasista del que nunca pudimos salir. Eso en ambas veredas. Hasta el ahora presidente Boric lució una polera festinando con el atentado al senador Guzmán. Y reconoció su error. No hacerlo sería de un cinismo inmoral.
Pero, hoy por hoy, apenas se te asome una alternativa de ser autoridad, bien debes saber que un ejército de personas estará desde ya investigando quién eres, pero sobre todo quién has sido, más todavía en una sociedad tan mojigata e hipócritamente moralista. Con esto no defiendo a esta breve autoridad, pero valga el contexto porque somos rebuenos para crucificar con urgencia mientras disimulamos pacientemente nuestro propio cilicio.
Otro energético seremi que debió renunciar, aunque duró bastante más, fue el de Biobío, Jorge Cáceres, quien en mayo pasado se pasteleó feo al decir que la situación de seguridad en Chile era "una taza de leche". A veces darse un gustito se traduce en quedar como idiota e incluso perder la pega.
El ministro de Culturas en 2018, Mauricio Rojas, duró menos que un peo en un canasto por su discurso negacionista y violento con las víctimas de la dictadura de Pinochet.
En mayo de 2022, otro funcionario de este Gobierno dijo chao pescao por una frase que relativizó un grave caso de abuso sexual en un liceo de Talcahuano; dijo el seremi de Educación del Biobío, Héctor Aguilera, que "se dice abuso sexual y la gente como que se imagina una situación altamente compleja. La situación que ocurrió fue que un estudiante se acercó a una menor y le hizo -lo que dicen- tocaciones". Tarde se dio cuenta del bochorno, se disculpó y se fue.
Y hay un caso internacional que, aunque no terminó en renuncia, ilustra muy bien cuando por la boca muere el pez. La escena derivó en un conflicto diplomático tras el desatino del embajador de Argentina en Chile durante una visita al Paso Los Libertadores: "Argentina era potencia agrícola mientras ustedes recién aprendían a comer", espetó. Y se armó quilombo, aunque lo que afirmaba Jorge Faurie, era una verdad relativa o una mentira a medias, según como se mire. Porque si Argentina fue potencia agrícola hasta 1930, el embajador es parte de esa nostalgia de hace un siglo, lo que dice mucho más de haber sido y no ser más. Y en el caso de aprender a comer, depende mucho del hambre. Sin embargo, parece más urgente aprender a callar o a borrar, o a firmar un contrato con quien sepa hacerlo para que el tuyo no sea tan fugaz.