La indiferencia mata


El silencio no es neutralidad: es complicidad con la guerra, la injusticia y la destrucción.
Mientras en Gaza los hospitales colapsan bajo los bombardeos, y en Ucrania las trincheras se convierten en cementerios abiertos, en Nueva York la ONU escucha discursos diplomáticos que se pierden en el aire. La institución que nació para preservar la paz, para evitar que la humanidad volviera a repetir las atrocidades del siglo XX, parece hoy condenada a la parálisis. Las últimas semanas han sido una prueba brutal, su inacción frente a la masacre en Gaza y, peor aún, la vergonzosa invitación al primer ministro israelí a la Asamblea General, muestran hasta qué punto la ONU ha perdido legitimidad y autoridad moral.
No es la primera vez que ocurre. Desde su fundación en 1945, la ONU ha cargado con éxitos aislados y fracasos recurrentes. Sus misiones de paz han sido en algunos casos útiles, pero en demasiados otros, meros espectadores de matanzas que no supieron o no quisieron detener. Ruanda, Bosnia, Siria, la lista de tragedias donde el organismo brilló por su incapacidad es larga, Gaza es simplemente el capítulo más reciente de esa historia.
Hace un tiempo escribí una crítica sobre su accionar, y hoy me veo obligada a repetirla con más fuerza, si la ONU no defiende la vida, si no protege los derechos humanos, ¿para qué sirve? ¿De qué vale una organización global que mira hacia otro lado cuando pueblos enteros son arrasados frente a los ojos del mundo? La promesa de "nunca más" quedó reducida a una fórmula vacía que se repite en cada aniversario, mientras las bombas siguen cayendo y los niños siguen muriendo.
Ahora bien, la responsabilidad no puede recaer únicamente en los organismos internacionales, también nos toca a nosotros, ciudadanos de a pie. Cada uno tiene un rol en lo que sucede en este hogar común que compartimos. Nadie nos pide enrolarnos en un ejército ni donar lo que no tenemos, pero con el auge tecnológico de estos tiempos contamos con herramientas impensadas hace apenas unas décadas. Hoy cualquier persona puede difundir información, denunciar abusos, o exigir paz a través de una pantalla. Nunca como ahora estuvimos tan interconectados, y nunca como ahora la indiferencia fue tan evidente.
No se trata de imaginar un mundo sin conflictos, eso sería ingenuo, ya que los desacuerdos son parte de la naturaleza humana y de la política internacional. Lo que debemos impedir es que esos desacuerdos escalen hasta convertirse en genocidios, donde unos pocos se arrogan el poder de decidir quién vive y quién muere. Nadie, bajo ninguna bandera ni con ningún pretexto, debe proclamarse dueño de la vida de otro ser humano.
El silencio y la pasividad son aliados de la violencia; cada vez que miramos para el lado, que cerramos los ojos y los oídos, que preferimos callar para no incomodar, la injusticia avanza. La indiferencia no es neutralidad, es complicidad, y esa complicidad mata. En cualquier ámbito de la vida ?la política, la comunidad, la familia, pero también el medio ambiente y los animales? la indiferencia corroe. Cuando ignoramos el sufrimiento ajeno, cuando devastamos la naturaleza o maltratamos a otras especies, la consecuencia es siempre la misma, más dolor, más destrucción, más pérdida.
Alguien dijo alguna vez, "El mundo no está en peligro por las malas personas, sino por aquellas que permiten la maldad". Esa frase resuena hoy con una claridad brutal. Porque el problema no son sólo los líderes que ordenan bombardeos ni los ejércitos que los ejecutan, sino también quienes, desde la comodidad de la distancia, se acostumbran a las imágenes de muerte en las pantallas y pasan de largo como si se tratara de un espectáculo más.
En cualquier ámbito de la vida, ya sea en la esfera internacional, en nuestras comunidades o en la relación con el planeta, la indiferencia abre la puerta al colapso. En el escenario internacional, se traduce en organismos que no actúan, en gobiernos que callan, en sociedades que se resignan. El resultado es un mundo donde el sufrimiento se normaliza y donde el derecho a la vida se convierte en moneda de cambio.
Hoy Gaza arde, Ucrania sangra y la ONU se hunde en su propia irrelevancia. Pero nuestra responsabilidad individual permanece intacta. No podemos permitirnos callar, no podemos aceptar que la indiferencia se disfrace de prudencia ni de neutralidad. Porque cuando las bombas caen, cuando los bosques se incendian o los animales son sacrificados sin piedad, el silencio no es opción, es condena.
La indiferencia mata, y quizás, en estos tiempos de oscuridad, lo único que nos queda es no ser indiferentes.