El (contradictorio) lamento salmonero


La industria del salmón, como oleada colonizadora tardía del sur de Chile, vive en una continua contradicción. En un péndulo eterno, que la sacude desde el exitismo de ser el segundo o tercer sector exportador del país (tras la minería y la fruticultura) hasta la queja por las dificultades que, dicen, el Estado y las organizaciones socioambientales y comunidades les imponen. Trabas, vuelven a decir, por espurias preocupaciones ambientales, culturales o que abogan por una forma de desarrollo distinto, más local y endógeno.
Hablemos de sus utilidades.
Según cifras oficiales, durante 2024 el sector alcanzó un nivel de exportaciones totales por US$6.371 millones (más de $ 6 billones), superando el 6 % del global nacional. Sus principales mercados: Estados Unidos, Japón y Brasil.
Aunque desde la industria dan a entender que estos números no sirven ni para prender una vela, los datos por empresas muestran lo contrario.
En 2024 AquaChile triplicó con creces sus utilidades con respecto a 2023, nos informaron medios internacionales. A las arcas de la compañía, parte del holding nacional Agrosuper, llegaron US$135 millones (unos $ 135 mil millones).
Blumar no anda mal, tampoco. En utilidades, 2024 concluyó "con ganancias superiores a los 17 millones de dólares" ($ 17 mil millones) se comunicó recientemente. Y Multiexport reportó en Magallanes utilidades por US$ 15 millones en 2024.
En ciclos más cortos "Salmones Camanchaca volvió a la rentabilidad en el cuarto trimestre de 2024" nos notificaron, con ganancias netas por US$ 3,9 millones (casi $ 4 mil millones), en comparación a las pérdidas de igual período en 2023.
Y los ingresos operacionales consolidados de Blumar al cierre del primer trimestre de 2025 totalizaron US$209,3 millones ($ 209 mil millones), producto de un aumento del 50% con relación al mismo período de 2024. Aunque desarrolla en Chile operaciones de pesca extractiva y cultivo de salmón, este incremento proviene de una mayor comercialización en el ámbito acuícola.
Esto, como algunos ejemplos.
Lo cierto es que no es que uno quiera meterse en los bolsillos de las compañías. Sin embargo, cuando sus utilidades se basan en un patrimonio común como es el mar, y están sujetas a regulaciones institucionales, esto se transforma en debate de interés público.
Porque estas cifras dan cuenta de una realidad indesmentible: la industria del salmón en Chile no está en quiebra ni a punto de irse por el despeñadero. Más cuando la mayoría es parte de grupos empresariales, algunos incluso multinacionales, con operaciones multimillonarias. Otra cosa es que a cada apriete de tuercas por sus incumplimientos pulsen el botón más fácil: reducir el empleo (es cosa de mirar sus proyecciones en automatización y nuevas tecnologías). Acción que, en los últimos años, les trae beneficios conexos como visibilización mediática gracias a la movilización pública de actores relacionados. Pero tocar las utilidades de los controladores, ni hablar.
Junto a esto, lo claro es que se quiere multiplicar la rentabilidad exponencialmente usando (y en muchas ocasiones afectando) el mar, el litoral común y otras actividades. Porque si en algunos casos efectivamente han tenido número rojos, ha sido por su propia responsabilidad: producción por sobre lo autorizado como ocurrió esta semana con Cooke (de la multinacional del mismo nombre) y antes con Australis Mar; elusión del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental; omisión de información a las autoridades pertinentes. Incluso cometiendo delitos, como ha sido la tónica con Nova Austral en Magallanes.
Son éstos sólo parte de los incumplimientos normativos de, es posible decir, prácticamente todas las empresas salmoneras. Y sobre los cuales, cada cierto tiempo, nos informamos quienes habitamos una de las regiones fuente de sus gigantescas utilidades.
En el otro extremo, en el del lamento, están los dirigentes de la industria.
Hace pocos días, el gerente de Asuntos Corporativos de SalmonChile, Tomás Monge, desplegaba el recurrente libreto.
Bajo el título "Contradicciones que frenan el desarrollo", aludía a una supuesta ofensiva "desde el Ministerio del Medio Ambiente y servicios como Conaf, SBAP, SEA o SMA" cuando "implementan reglamentos, guías y resoluciones en sentido contrario, a través de procesos opacos y sesgados, que generan incertidumbre y pérdida de competitividad".
Se refería el ejecutivo al Plan Salmón 2050, que convocó esencialmente a quienes forman parte de lo que se podría llamar el "ecosistema" salmonero, como si ésta fuera la única actividad que se desarrolla en el sur del país. Un territorio y maritorio donde pareciera no existen habitantes con una visión distinta, tampoco sectores productivos afectados por sus malas prácticas ni menos organizaciones de la sociedad civil ambiental que abogan por la protección de la biodiversidad. Todos quienes, aunque no lo quieran asumir desde ese sector productivo, también viven y aportan a la construcción de este espacio común que se llama Patagonia.
Salmón Chile, entidad que ocupa un espacio de la Comisión de Uso del Borde Costero, donde en el último tiempo se actúa en bloque en pos de los intereses de esta cuestionada industria, se queja porque, dicen, no pueden operar a sus anchas.
¿Qué se busca? ¿Terminar con todas las salvaguardas ambientales que protegen los parques y reservas nacionales? ¿Qué la institucionalidad no aplique la ley, cuando incluso existe ya una benevolencia pro empresa en ciertas entidades, permitiéndoles zafar de la aplicación de la legislación sobre caducidades, sobreproducción, operación en áreas protegidas?
"Hacemos un llamado urgente a las autoridades actuales y futuras para que escuchen a las regiones, analicen las restricciones implementadas y desarrollen un trabajo coherente y consistente, buscando los equilibrios necesarios" dice Monge. Bueno, en esas regiones existen también hay voces que creen que se ha sido demasiado permisivo con una industria que hoy opera como un Estado paralelo. ¿O se procura que sólo se les escuche a ellos?
El lamento salmonero sigue la lógica del cuento del molinero con anhelos hegemónicos. Un productor que, escudándose en un supuesto bien común, presiona para que la dieta del pueblo se base exclusivamente en el pan.
Pero lo cierto es que no todos comemos salmón.